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Los cadáveres y las palabras: a propósito de Derrida y Perlongher
RESUMENRESUMEN ABSTRACTABSTRACT
En este ensayo nos aproximaremos al pensamiento
deconstructivista derridiano a partir del estudio
de uno de sus “indecidibles” en relación con un
poema escrito en la época de la dictadura argentina,
Cadáveres” de Néstor Perlongher. Revisamos, por
tanto, las posibilidades teóricas, en el terreno estético,
del pensamiento derridiano con respecto al análisis
retórico. En ese sentido, Es un es un intento por
estudiar el pensamiento deconstructivista en tanto
alternativa de análisis donde cabe la contradicción
como dispositivo de revisión del arte y la realidad.
Asimismo, examinaremos hasta qué punto la escritura
de Derrida y Perlongher acoge la contradicción -desde
el pensar losóco y el gesto poético- y la convierte
en su elemento constitutivo; en la losofía, a través
de la diérance y la huella (términos empleados por
Derrida), y, en la poesía, a través de la metonimia.
Concluimos, nalmente, el estudio con una reexión
sobre lenguaje y poder, sobre poesía y realidad.
Palabras clave: Deconstrucción, análisis literario,
estética, poesía latinoamericana, indecidible
derridiano.
In this essay, we will approach Derridian deconstructive
thought through the study of one of its “indecidables
in relation to a poem written during the Argentine
dictatorship, “Cadáveres” by Néstor Perlongher.
erefore, we review the theoretical possibilities, in
the aesthetic eld, of Derridian thought regarding
rhetorical analysis. In this sense, it is an attempt
to study deconstructive thought as an alternative
analysis where contradiction is a device for revising
art and reality. We will also examine to what extent
the writing of Derrida and Perlongher embraces
contradiction -from philosophical thought and poetic
gesture- and turns it into its constitutive element;
in philosophy, through diérance and trace (terms
used by Derrida), and in poetry, through metonymy.
Finally, we conclude the study with a reection
on language and power, on poetry and reality.
Keywords: Deconstruction, literary analysis,
aesthetics, latin-american poetry, Derridian
undecidable.
Corpses and words: an essay about Derrida and Perlongher
Jossué Baquero
Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL)
jlbaquero1@utpl.edu.ec
ORCID: 0000-0002-0021-7213
DOI: 10.54753/eac.v12i1.1800
RECIBIDO: 28/02/2023 ACEPTADO: 14/04/2023
Néstor Perlongher nació el 25 de diciembre de 1949, fue poeta y militante político, perteneció al Frente de Liberación Homosexual en Argentina. En su corta vida
–murió a los 42 años por complicaciones provocadas por el SIDA–, se consolidó como una voz inuyente en la poesía latinoamericana. Denido como “arengador
anarco queer”, Perlongher representa, acaso, una de las líneas más radicales de la poesía, no por su militancia política –esa faceta es más identicable en sus trabajos
de tono académico–, sino por su uso del lenguaje –expresivo hasta la “contorsión”– (cfr. Ministerio de Cultura Argentina).
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ISSN: 2602-8174
INTRODUCCIÓNINTRODUCCIÓN
El presente estudio, en términos de la
metodología de análisis que emplea, puede ser
reconocido como un ejercicio dialógico entre la
deconstrucción derridiana y el análisis formal retórico.
En ese sentido, es una propuesta vinculante entre
poesía y teoría losóca. Evidentemente, la propuesta
presenta unas limitaciones claras: por un lado, el
hecho de que el propio Derrida haya concebido a la
deconstrucción solo como una “estrategia’ para la
descomposición de la metafísica occidental” (Borges
de Meneses, 2013, p. 178); por otro, la aparente
paradoja que supone echar mano de la teoría retórica
formalista en un estudio de tinte deconstructivista.
Con respecto a la primera limitación, cabe
decir que, si bien no es posible reconocer en los
textos derridianos algo como un “método” o una
teoría estructurada, sí es posible hacerse cargo del
pensamiento derridiano con eciencia y rigor a partir
de sus “indecidibles. Por “indecidibles” entendemos
una cierta ‘terminología abierta, empleada por
Derrida, a partir de la cual es posible leer la historia
de la metafísica y la ontología occidental. Esta
terminología abierta, según el propio lósofo, se
resiste a ser entendida de manera unívoca o bajo la
gura monolítica del concepto, y allí precisamente
radican sus posibilidades de reexión y crítica,
de “estrategia” de relectura. A esta terminología,
sobre la que se pregura el pensamiento derridiano,
corresponden, por ejemplo: diérance, huella,
parergon, suplemento… Para ampliar lo que hemos
señalado, citamos lo que el propio Derrida dice al
respecto en su texto La diseminación:
Lo que vale para “himen” vale, mutatis
mutandi, para todos los signos que, como
pharmakon, suplemento, diérance y algunos
otros, tienen un valor doble, contradictorio,
indecidible, que dependería siempre de sus
sintaxis, ya sea de alguna forma “interior,
articulando o combinando bajo el mismo
yugo, dos signicaciones incompatibles, ya
sea “exterior”, dependiendo del código en
el que se comprenda el efecto de la palabra.
(1997b, p. 249)
Ahora, en cuanto a la segunda limitación,
nos hemos propuesto el vínculo entre teoría retórica
y pensamiento deconstructivista a partir de ciertas
líneas teóricas de soporte que posibilitan esta
convivencia. A saber: el pensamiento psicoanalítico
freudiano, en particular “el principio de repetición, y
el estudio de corte antropológico elaborado por Frazer
en La rama dorada a propósito del concepto de magia.
Debe aclararse que la aproximación hecha a estos dos
autores es, stricto sensu, apenas tangencial, pues nos
referiremos solamente a algunos pasajes de sus textos
que permiten reconocer el entramado vinculante que
hemos propuesto entre la deconstrucción y el análisis
retórico.
En este texto, no se pretende hacer una analítica
pormenorizada de los “indecidibles” derridianos,
aquello supondría un ejercicio inabarcable. Antes,
hemos preferido hacer una lectura sugerente de
uno de ellos: la diérance. Pero, ¿acaso, incluso eso
supone un trabajo demasiado extenso? Así, de lo
que nos ocuparemos, en adelante, será de leer a la
diérance en relación con el poema “Cadáveres” de
Néstor Perlongher. Ya que parece preciso justicar
esta elección, diremos que se debe al reconocimiento
de un gesto exacerbado en el poema de Perlongher:
la “reconducción referencial” en tanto enumeración
exhaustiva de elementos cotidianos e indistintos que
reeren, todos ellos, “por contagio” a uno solo, a
los cadáveres de los desaparecidos y ejecutados en
la dictadura argentina que empezó a mediados de
los años 70 del siglo XX. En ese sentido, el poema de
Perlongher funciona como texto de apoyo para una
revisión de lo presentado por Derrida en su conferencia
de 1968, “La Diferencia, que pretendemos leer frente
a –o través de– otros textos de autores como Frazer y
Freud.
Esta aproximación, que pretende ser –apenas–
una exposición tematizada de algunas líneas de la
obra de Derrida, asume un encuentro problemático,
pues lee toda palabra, siguiendo a Derrida, en su
condición de metáfora, y, al mismo tiempo, rastrea,
en el poema de Perlongher, el recurso retórico
de la metonimia; sin embargo, precisamente esa
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fricción, ese encuentro problemático –surgido de la
convergencia de una lectura deconstructivista en lo
que respecta a la metáfora y otra más bien formalista
en la identicación y estudio de la metonimia– marca
el terreno en el que parece posible entrever el “juego
(imposible) que supone denir un indecidible. La
metáfora en tanto que es aquello que ya no puedo
dominar por completo, pues “no puedo tratarla sin
tratar con ella” (Derrida, s.f., p. 210), ejemplica, tanto
como la metonimia –al entenderla vinculada con la
gura del “contagio”–, aquello que la diérance pone
en marcha… Volveremos sobre ello.
Estudiar el pensamiento derridiano supone
preguntar por lo (inter)medio, supone cuestionar la
disyunción entre sensible e inteligible, entre interior y
exterior, en suma: cuestionar la “batería de oposiciones
sobre la que se sostiene –tradicionalmente– el
pensamiento de Occidente, o, haciendo uso de
una terminología heideggeriana, sobre la que se ha
sostenido la metafísica occidental a la que podemos
denominar onto-teo-lógica. Ahora, para iniciar
nuestra lectura de esas oposiciones fundadoras de
la losofía, parece efectivo estar situado en un topos
que denote esa condición de límite, de (inter)medio,
en amplio sentido, de frontera; de ahí que centremos
nuestra mirada, para esta lectura de un indecidible
derridiano, en la estética, pues se muestra como
disciplina fronteriza, como evidencia de la tensión
entre opuestos. La estética parece apostar, de forma
natural, por el borde, quizá por estar enfrentada,
permanentemente, a la relación entre el interior y el
exterior, entre la cción y la realidad, quizá porque
su “objeto, el arte, nos enfrenta a las posibilidades del
discurso: a aquello que puede expresarse a través de él
–en términos formales– y, consecuentemente, a todo
aquello que queda al margen, silenciado por no ser
traducible.
La obra derridiana revela las fragilidades de la
estructura del pensamiento de Occidente –conformado
por una batería de oposiciones que arma la lógica
binaria de la metafísica– al desplazarla y evidenciar,
en ese movimiento, cómo, en ella misma, se trama
su deconstrucción. Este “desplazamiento, que hace
tambalear los cimientos de la estructura, es posible
a partir del reconocimiento de ciertos operadores:
los indecidibles que anuncian las fragilidades de ese
aparente monolito. En la diérance, encontramos esta
experiencia de desplazamiento, pues este indecidible
–tanto como los demás– solo puede pensarse desde
un orden “que resista a la oposición, fundadora de la
losofía, entre lo sensible y lo inteligible” (Derrida,
1994, p. 41) en la medida que, en el movimiento de
la diérance, la oposición se anuncia como “deseo de
sistema, como pura arbitrariedad: imposición de un
sistema de representaciones que respalde un sistema
de lo real construido a partir de un “sistema de deseo”:
deseo de origen, de unidad, de jerarquía.
La diérance conduce hacia un orden que
resiste a la oposición “porque la lleva en sí, la lleva
como diferencia (diérence). La diérance es
movimiento “entre dos diferencias (diérences) o
entre dos letras” –a saber, la e y la a–, movimiento que
muestra que no hay escritura “puramente fonética” y
que, entonces, hace falta dejarse llevar “a un orden que
ya no pertenece [exclusivamente] a la sensibilidad,
aunque no la niega. La diérance, en tanto que lleva
la oposición consigo y la muestra como arbitraria,
se tiende entre palabra y escritura, y pone en duda
la disyunción misma, “la ilusión de que son dos” (cfr.
Derrida, 1994, p. 41).
Hay cadáveres en la palabra
Derrida, en su “Carta a un amigo japonés, deja
claro que la dicultad de denir una palabra procede,
sobre todo, de que “los predicados, los conceptos
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Heidegger dice:
La Metafísica occidental desde su iniciación en los griegos e, incluso, desligada de estos títulos, es, a la vez, Ontología y Teología. [...] Se determinó la Me-
tafísica como la pregunta por lo ente en cuanto tal y en total. La totalidad de este todo es la unidad de lo ente que unica como fundamento producente.
Para quien sepa leer, esto signica: La Metafísica es Onto-Teo-Logía. [...] El carácter onto-teológico de la Metafísica ha llegado a ser al pensar algo digno de
ser preguntado, no sobre la base de algún ateísmo, sino sobre la experiencia de un pensar al que se le ha mostrado la unidad aún impensada de la esencia
de la Metafísica en la Onto-Teo-Logía. (p. 102).
Nos detenemos aquí, pues habría que dedicarle todo un estudio para rasguñar apenas la supercie de la propuesta que hace Heidegger. Sin embargo, lo que es opor-
tuno señalar es que esta lectura crítica de la metafísica occidental, en la que Heidegger descubre que se ha colado la gura de Dios para constituirse en piedra angular
y clave de bóveda del pensamiento, acaba permeando en las lecturas que hace Derrida sobre el sistema de pensamiento occidental (en el que, por su puesto, incluirá
a Heidegger).
Diferencia imposible de identicar en el lenguaje hablado francés, donde la palabra diérence suena igual a diérance, aunque se las distinga de inmediato en el
lenguaje escrito por el uso de distintas vocales en su escritura.
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denitorios, las signicaciones relativas al léxico e,
incluso, las articulaciones sintácticas” (Derrida, 1997a,
p. 26) son susceptibles de “deconstruirse. En rigor,
entonces, la unidad “palabra” siempre está puesta en
cuestión, pues el “valor” de ella se dene a partir de su
“inscripción en una cadena de sustituciones posibles,
a partir de su inscripción en un contexto; en ocasiones,
esas sustituciones no son de una palabra por otra, sino
de una palabra por “frases y [hasta] encadenamientos
de frases que, a su vez, [...] determinan esos nombres
(Derrida, 1997a, p. 27). En este entramado de
relaciones, la palabra se tambalea en su unidad,
pues “los elementos de la signicación funcionan
no por la fuerza compacta del núcleo, sino por la
red de oposiciones que los distinguen y relacionan
unos a otros” (Derrida, 1994, p. 46). Esas diferencias
(diérences), sobre las que se constituye esa red de
oposiciones, afectan a la totalidad del signo; es decir,
el signo se conforma en relación opositiva con otros
signos, no solamente con respecto a su sentido “ideal”,
sino también en lo que atañe a su parte material.
La palabra –de la que ya no puede decirse,
con lo visto, que su signicado esté presente en sí
misma como hecho inmanente– permite pensar en la
diérance a través del “juego sistemático de diérences
que la constituye:
En la lengua no hay más que diferencias. [...]
Ya tomemos el signicado o el signicante, la
lengua no comporta ni ideas ni sonidos que
preexistan al sistema lingüístico [...]. Lo que
hay de idea o de materia fónica en un signo
importa menos que lo que hay a su alrededor
en los otros signos (Derrida, 1994, p. 46).
La unidad presente y autorreferente de
la palabra se afecta al pensarla como relación,
pues la gran estructura conceptual del lenguaje se
compromete si la palabra no es autosuciente en
la construcción del signo, si la palabra, que se ha
pensado como representación de “un concepto y una
fonía, no participa de la organización binaria propia
del logocentrismo: ser “algo” en tanto “uno” frente
a lo “otro” que queda excluido. La diérance, que
muestra las fragilidades de la monumental estructura
logocéntrica, no es mera palabra o concepto, sino
“la posibilidad de la conceptualidad”, pues ella es el
movimiento de ‘juego’ que produce.
Ahora, estas diferencias, que constituyen la
lengua, “son en sí mismas efectos, no nos llegan como
algo acabado, “no han caído del cielo ya listas”; en
ese sentido, las diferencias son totalmente históricas
(y esta palabra sería del todo adecuada, si no tuviera
en ella misma “el motivo de una represión nal de
la diferencia”). Hagamos, entonces, una precisión:
entendemos lo histórico como aquello que se ha
producido, como aquello que se ha constituido, pero
no tiene como causa “un sujeto o una sustancia, una
cosa en general, un ente presente en alguna parte, y es
al movimiento histórico del entramado de diferencias,
que hallamos dentro de todo código o lengua, al que
llamamos diérance. Ese movimiento, a partir del cual
la lengua y todo código se constituye, muestra cómo
cada elemento que aparece “en la escena de la presencia
está siempre en relación con otro, “guardando en sí
la marca del elemento pasado” y dejándose extinguir
en el “elemento futuro”; si atendemos a la diérance,
descubrimos que el elemento necesita de aquello que
no es él para ser él mismo (cfr. Derrida, 1994, p. 47).
Derrida, en su obra, hará mención y le
dedicará largas reexiones a la gura de la “huella
–otro indecidible– para pensar en estos efectos
de movimiento, ausencia/presencia, que se han
producido, pero sin remitir a un sujeto o sustancia; es
decir, pensará a la huella como una “salida fuera del
cierre de este esquema. Se dijo ya que jaríamos la
mirada solamente en la diérance, e, incluso en ella,
apenas en lo que ofreciera una lectura vinculante entre
el indecidible y el ejercicio poético de Perlongher; sin
embargo, la huella permite volver a la diérance, pues
se reere a la presencia de lo “otro” en lo “uno, que así
muestra lo imposible de su unicidad. Con la huella,
queda claro que el sistema (código o lengua) no está
constituido más que por diferencias y por huellas,
entendidas como la “traza” de eso ausente, no en tanto
que “presente en otro lugar, sino en tanto eso que
también se ha conformado de huellas: presencia de lo
ausente, ausencia que, a partir de la huella inscripta en
este otro elemento, es, así mismo, lo presente. Diríamos
que cada elemento de la lengua lleva en sí la huella de
otro elemento –rastreable en el “juego sistemático de
diferencias”–, lo acarrea (acarrea a todos los “otros”)
como el condenado al que se le ataba un cadáver como
suplicio.
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El contagio y la metonimia
El suplicio de Mezencio, descrito por Virgilio y
restablecido bajo el gobierno de Macrino, consistía en atar
cadáveres a personas vivas y obligarlas a morir consumidas
por el prolongado contagio. El cuerpo vivo atado a uno en
putrefacción no expresa con delidad la relación entre los
elementos de la lengua, pero, sin duda, permite entrever
la gura del contagio, lo inevitable de que, en el contacto,
la frontera se desdibuje, y, aunque “cuerpos” diferentes, se
permee lo “uno” en lo “otro. Es al contagio, precisamente,
a lo que nos enfrentamos en la metonimia, aunque en la
terminología retórica se hable de contigüidad. En esta
precisión léxica, se empieza a notar ya la confrontación
entre dos “lecturas” que se ubican en veras contrarias
–metafóricamente hablando–. Por un lado, la gura
del contagio que nos aproxima al movimiento de la
diérance; por otro, la contigüidad como término inserto
en el análisis estructural de la lingüística, vinculada –en
este caso– a la literatura.
Le Guern es, probablemente, quien ha leído con
mayor sistematicidad didáctica la metonimia. Para él, las
relaciones metonímicas –dice en su texto canónico La
metáfora y la metonimia– se leen como relaciones entre
realidades extralingüísticas, entre objetos que se designan
con el nombre de otros objetos. Estos objetos, a su vez,
conforman –cada uno de ellos– “un todo, y, sin embargo,
son “tributarios” de “otro, sea por su “existencia” o por su
manera de ser” (esta dinámica relacional se encuentra
también en Fontanier). Le Guern (1978) entiende que la
metonimia encierra una elipsis: se elide cuando se dice
“la causa por el efecto, “el continente por el contenido
el signo por la cosa signicada. Las categorías de la
metonimia se establecen, entonces, en sentido estricto, a
partir de elidir “la expresión de la relación que caracteriza
cada categoría” –al mismo tiempo, los grados de esa
elipsis permiten entender la diferencia entre metonimia y
sinécdoque, que es, según Jakobson y Le Guern entienden,
una “metonimia en sentido amplio”– (cfr. Le Guern, 1978,
pp. 26-32).
Detengámonos en la elipsis, pues ella misma
es presencia en ausencia –o ausencia que constituye lo
presente–. En ese elidir que opera dentro de la metonimia,
la elipsis no es “pura y simple elipsis, sino movimiento
de ausencia-presencia que responde, a su vez, a dos
naturalezas”: por una parte, comparativa y, por otra,
contextual. En ese sentido, en la metonimia, por un lado,
hay relación entre dos “realidades” donde una presta a la
otra su nominación, y, por otro, “pertenencia” a un contexto
que aporta “elementos de información. La descripción de
todo este entramado estructuralista binario nos acerca,
como se advierte, al movimiento de la diérance, pues,
en un “ejercicio lingüístico” estructural como el descrito,
no cabe duda de que la “unidad presente y autorreferente
de la palabra se muestra como falsa, o, cuando menos,
equívoca.
Como lee Derrida –a través de Saussure–, la lengua
no es sino diferencias, y estas diferencias son “producidas
–diferidas– por la diérance. Pero ese “producidas” no
remite ni a un quién ni a un qué, pues la diérance escapa
de la prisión metafísica del “existente-presente”: no es
producida por un sujeto, es ella el movimiento de “juego
de las diferencias en la lengua y, también, el rodeo “por
el cual debo pasar para hablar”; en suma, la diérance es
previa al sujeto –incluso al hablante–. Es comprensible
que, en este punto, sea difícil seguir el movimiento de
la diérance, pues resulta –dada la estructura fono y
logocéntrica de la metafísica– inaccesible aquello que no
se “hace presente, sea como hypokeimenon o como ousía.
Si precisamos: “la categoría del sujeto no puede y no ha
podido nunca pensarse sin la referencia a la presencia [...],
el sujeto como conciencia nunca ha podido anunciarse de
otra manera que como presencia para sí mismo” (Derrida,
1994, p. 51). ¿Cómo entender la diérance, en tanto
movimiento que no responde a un sistema de “actividad
y pasividad” o “causa y efecto, si la conciencia, en tanto
matriz del ser en la metafísica, ha sido constituida sobre “el
privilegio concedido al presente”?
Pero, ahora, volvamos a la metonimia. En el
poema de Perlongher (2006), “hay cadáveres” en ausencia
de cuerpos. Hay cadáveres “en la trilla de un tren que
nunca se detiene/ En la estela de un barco que naufraga/
En una olilla, que se desvanece” (p. 52), es decir, allí donde
no cabe un cuerpo. Hay cadáveres, entonces, no como
cuerpos en presencia, sino en la ausencia de ese “aquél que
ayer no más…. Hay cadáveres incluso “en el ribete de la
cola del tapado de seda de la novia, que no se casa porque
su novio ha/ ....................!” (pp. 53-54) porque no los hay
como “presente en otro lugar”, sino como ausencia que,
en tanto huella, se ha inscripto en todo otro elemento:
hay cadáveres en tanto metonimia de la muerte y la
desaparición, y siempre en el juego doble de la relación y
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la diferencia: en relación con nosotros, con cualquiera que
pudo haber sido un desaparecido, y siempre un otro en
tanto que no es uno y ya no está.
Pero, desde aquí, ensayaremos una lectura
que no se detenga en la metonimia que ha descrito Le
Guern –a pesar de que su anotación sobre la elipsis
haya hecho posible intuir el movimiento presencia-
ausencia en este tropo–. Así, en el poema de Perlongher,
pensaremos la diseminación del contagio y, a partir de
allí, caminaremos –metafóricamente– sobre la huella
de la diérance.
El contagio y la diérance como huella y roce
Frazer, en La rama dorada, apunta que “los
principios del pensamiento sobre los que se funda la
magia” son: “primero, que lo semejante produce lo
semejante [...], y segundo que las cosas que una vez
estuvieron en contacto se actúan recíprocamente
a distancia, aun después de haber sido cortado
todo contacto físico” (2016, p. 23). A la primera,
la llama magia homeopática y, a la segunda, magia
contaminante; notemos que ambas nomenclaturas
pueden leerse como la “aplicación mágica” de las
leyes que establece Hume sobre la “semejanza y
la contigüidad” en su Tratado sobre la naturaleza
humana –texto en el que Hume usa la expresión
asociación de ideas” vinculada a la epistemología de
las creencias–.
Con respecto a la magia contaminante, en
tanto contigüidad, Frazer menciona que su ejemplo
más “familiar” es la “simpatía mágica que existe
entre una persona y las partes separadas de ella,
aunque el contagio no se reduce a ello, pues “la magia
puede ser proyectada además sobre un hombre
simpatéticamente, no solo por intermedio de sus ropas
o partes separadas de su propio cuerpo, sino también
por medio de las impresiones o huellas dejadas por él
mismo en la arena o en la tierra” (2016, p. 36). Esta
relación que se establece entre el sujeto y su rastro,
entre la parte y el todo, remite a la diérance: ¿dónde
empieza y dónde termina el sujeto?, ¿cuáles son los
bordes, los límites de ese cuerpo? En una palabra,
¿dónde queda la diferencia en la contigüidad? Quizá
valdría decir que todo es diferencias (diérences) y
que, en ese movimiento, se conforman los cuerpos
como si se trataran de entes autónomos, de presencias
individuales.
Freud, desde el Entwurf –según anota
Derrida–, relaciona sus conceptos de huella y de roce
con el concepto de diferencia (diérence); en ese
sentido, piensa que la descripción del mapa de “la
memoria y el psiquismo” (consciente o inconsciente)
solo es posible bajo la consideración de la “diferencia
entre los roces” y del vínculo entre esa diferencia y
la huella. En Más allá del principio de placer, Freud
presenta con claridad didáctica la relación entre la
memoria y el psiquismo” y los conceptos de roce
y huella a través de la “experiencia traumática” y su
manifestación en la neurosis traumática:
Nos es lícito considerar el estudio del sueño
como la vía más conable para explorar los procesos
anímicos profundos. [...] La vida onírica de la neurosis
traumática muestra este carácter: reconduce al
enfermo, una y otra vez, a la situación de su accidente,
de la cual despierta con renovado terror. (2015, p. 40)
Sin embargo, este movimiento de lo “otro
en lo “uno, en tanto huella y roce, no se expresa
solamente en el terreno de la patología, sino, como
se ha dicho, en el terreno de la psiquis en general. Si
leemos a Freud a través de Derrida, diremos que “el
uno no es más que el otro diferido, el uno diferente
del otro. El uno es el otro en diferencia (diérance),
el uno es la diferencia (diérance) del otro” (Derrida,
1994, p. 54).
El poema de Perlongher transita la diérance
desde su espacio “temático” hasta su dimensión
retórica” (terminología insuciente pero que
usaremos provisionalmente), pues, por un lado, se
muestra “temáticamente” a través de la gura de la
memoria colectiva –en particular, la construida tras
la dictadura argentina– y, por otro, “se produce,
en términos “retóricos, por medio de la gura del
contagio –presente en la metonimia–. Si precisamos:
el poema de Perlongher transita la diérance como
él mismo lo adivina en su poema: “En el decaer de
esta escritura / En el borroneo de estas inscripciones
(Perlongher, p. 62). Aparece la memoria y el contagio
como huella y roce, o como “juego sistemático de
diferencias” y temporalización (“principio de placer
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y “principio de realidad” enfrentados). El poema de
Perlongher pone en movimiento la diérance que opera
en la memoria: primero, en la huella, en tanto trauma,
y, segundo, en la repetición poética, en tanto juego de
apropiación de la “realidad”, es decir como rodeo –como
diferimiento– para procurarse un estado placentero.
Empezamos a notar la insuciencia de la
metonimia, en su sentido restringido, y, por extensión,
del estudio formalista, centrado en conceptualizaciones
estrechas de palabras como “tema” o “recurso retórico.
Esta insuciencia responde al ejercicio de delimitación
rígida sobre el que se edica el análisis estructural de la
escritura poética; análisis que participa –sin asomo de
duda– de la armación previa de una conciencia que
escribe, de un hablante que antecede a la palabra y que
parece tener dominio sobre el “juego sistemático de
diferencias” a partir del que “se constituye” la lengua. De
ahí que sea preciso decir que la metonimia –ahora en
Perlongher– opera por contagio, y, puesto que la gura del
contagio (asimilable al ejercicio puesto en marcha, según
anota Frazer, por la magia contaminante) expone con
mayor precisión aquello que ocurre dentro del poema,
adoptamos el término. En la gura del contagio ocurre
el traslado de –algo así como– el éter de un “uno” a un
otro”; acaso, ahora sí la imagen del suplicio de Mezencio
es precisa.
La repetición, la desaparición
Hay cadáveres “En lo preciso de esta ausencia/ En
lo que raya esa palabra” (Perlongher, p. 52); pero no es
ausencia en tanto oposición a una presencia originaria,
sino presencia permanente en la ausencia del cadáver,
en el cuerpo desaparecido: presencia de la ausencia. Hay
cadáveres por contagio, hay muerte y desaparición “En
el país donde se yuga el molinero/ En el estado donde el
carnicero vende sus lomos, al contado, y donde/ todas las
Ocupaciones tienen nombre…” (Perlongher, p. 59), hay
muerte y desaparición en la Argentina de la dictadura.
Se dice que Perlongher escribió este texto en un viaje por
tierra de Argentina a Brasil en 1981, cuando el llamado
“Proceso de Reorganización Nacional” no llegaba a su
n y el terrorismo de Estado había marcado un proceso
sistemático de “desapariciones” de personas. La ausencia,
que rodea en ese momento al autor del poema, se
actualiza” en el texto y afecta –incluso– al componente
material de las palabras: las frases se quedan incompletas,
las palabras han desaparecido, pero, en ausencia, están,
pues la frase se completa, se “presencializa” –se hace
presente– justamente por mor de esa falta, por ese juego
de diferencias… como ocurre con los cadáveres de los
desaparecidos.
Se ven, se los despanza divisantes otando en el
pantano:
en la colilla de los pantalones que se enchastran,
símilmente;
en el ribete de la cola del tapado de seda de la
novia, que no se casa
porque su novio ha
………………………..!
Hay Cadáveres
[…]
Y se convierte inmediatamente en La Cautiva,
los caciques le hacen un enema,
le abren el c... para sacarle el chico,
el marido se queda con la nena,
pero ella consigue conservar un escapulario con
una foto borroneada
de un camarín donde…
Hay Cadáveres (Perlongher, pp. 52-53, 59)
La metonimia en Perlongher es manifestación
de la diérance; en ella se hace presente la memoria
como huella y como roce: hay cadáveres desaparecidos
del novio y la hija, y también los hay en la colilla de
los pantalones y en la fotografía del camarín. En la
repetición, donde anida el ejercicio del juego que permite
la “apropiación” de la realidad dolorosa, podemos ver otra
manifestación de la diérance, pues, en la repetición de –
aparentemente– la misma cosa, se evidencia el “juego de
Baquero, J. Rev. Educ. Art. y Com. Vol. 12 Nro. 1, Enero-junio 2023: 20-28
Acaso, cabría hacer una aproximación pormenorizada a estos dos principios trabajados por Freud –que se complementan con la “compulsión de repetición, expuesta,
con detalle, en Más allá del principio de placer, y que nosotros hemos elegido asociar al poema de Perlongher–. Sin embargo, en virtud de lo limitado de este estudio
que proponemos citamos a continuación un fragmento del texto de Freud en donde, según nos parece entender, queda claro este “enfrentamiento, esta “puesta en
juego” de los dos principios en la conformación psíquica del “paciente”:
Sabemos que el principio de placer es propio de un modo de trabajo primario del aparato anímico, desde el principio inutilizable, y aun peligroso en alto
grado, para la autopreservación del organismo en medio de las dicultades del mundo exterior. Bajo el inujo de las pulsiones de autoconservación del yo,
es relevado por el principio de realidad, que sin resignar el propósito de una ganancia nal de placer, exige y consigue posponer la satisfacción, renunciar
a diversas posibilidades de lograrla y tolerar provisionalmente el displacer en el largo rodeo hacia el placer (pp. 36-37).
Freud, en Más allá del principio de placer, analiza el juego infantil –teniendo en cuenta el ejercicio de repetición contenido en él– como modo de abreacción frente a
un evento que ha causado gran impresión en el niño; el juego, en suma, permite “adueñarse” de una situación desagradable que ha ocurrido en la realidad, pues “[e]
n cuanto el niño trueca la pasividad del vivenciar por la actividad del jugar, inige a un compañero de juegos lo desagradable que a él mismo le ocurrió y así se venga
en la persona de este sosias” (p. 45).
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Vol. 12 Nro. 1, Enero-junio 2023
ISSN: 2602-8174
las diferencias. Borges dice que, en el poema de Robert
Frost, la repetición del verso “And miles to go before I
sleep, al nal, permite resignicarlo: el primero se reere
a la distancia que debe andar hasta llegar a su destino y
el segundo se reere a lo que le queda por vivir antes de
que le alcance la muerte. La diferencia –y, de este modo,
el sentido mismo de la frase–, como lo ha hecho notar
Borges, es posible únicamente por y en la repetición:
Frost ha intentado aquí algo muy atrevido.
Encontramos el mismo verso repetido palabra
por palabra, dos veces, pero el sentido es
diferente. [...] Si el poeta hubiera dicho lo
mismo con más palabras, habría sido mucho
menos efectivo. Porque, a mi entender,
lo sugerido es mucho más efectivo que lo
explícito. Quizá la mente humana tenga
tendencia a negar las armaciones. Recuerden
que Emerson decía que los razonamientos no
convencen a nadie (Borges, 2001, pp. 47-48).
Ahora bien, la repetición de la sentencia
“Hay cadáveres” puede –asimismo– tener un efecto
semántico producido en la recepción sonora, pues
pronto podría leerse como un lamento: ¡Ay! cadáveres.
Esto recuerda, sin duda, que existe una construcción
cultural alrededor de la gramática, más bien, la cultura
parece construirse sobre la gramática y esa gramática
estar ligada a la escritura fonética; sin embargo,
si algo queda claro con la diérance, es que no hay
escritura fonética, en la medida que, en el indecidible
derridiano, la diferencia entre e y a no suena, al igual
que entre “hay” y “ay” la diferencia no se descubre
en el sonido, sino en el trazo de la letra inserta en la
palabra. Las palabras parecen llevar consigo algo que
no tienen, “no son” o cuesta distinguirlo –como el
sonido de una “h” por ejemplo–, lo mismo pasa con el
mundo que rodea a los cadáveres de los desaparecidos
y acaba repleto de ellos por acción contaminante…
La palabra es signo que trae consigo también lo que
no es, un “ay” de lamento en el “hay” de existencia: la
palabra desprendida del imperio de lo fónico revela
su movimiento entre las diferencias. Esa palabra que
ahora incluso “está perdiendo” su condición material
de trazo, que “va desapareciendo” como lo hicieron los
cuerpos en la dictadura, revela el ejercicio de contagio
que ha operado en el poema de Perlongher. En cada
rincón de la Argentina,
CONCLUSIONESCONCLUSIONES
Queda claro que los indecidibles derridianos,
la diérance y la “huella, hacen que revisitemos el
poema de Perlongher con una nueva mirada que
permite reconocer cómo el ejercicio artístico revela
una verdad en su gesto creador: el “contagio. Este en
tanto dinámica constituyente de la metonimia, habla
también de aquello que hace con nosotros (los que
quedamos) la pérdida y la muerte, la ausencia.
Reconocemos que, en el lenguaje y en la
realidad referencial que habita el sujeto que habla
o escribe, opera un “desplazamiento” presencia/
ausencia que no abandona nunca su vaivén: un ir y
volver en el “juego” de la huella que nos pierde… Hay
muchos cuerpos desaparecidos que parecerían, al
nal, constituir solo el cuerpo desaparecido, el cuerpo
que (me) importa, y, sin embargo, es obvio, nunca es
uno solo. El poema de Perlongher presenta un mundo
en el que ya no hay un cuerpo/cadáver reconocible,
rastreable, y, sin embargo, se habla solo de ellos porque
están” en todas partes. Allí la huella y la diérance.
Anotemos, de manera explícita, que la
relación que se establece entre huella y diérance es,
precisamente, lo contradictorios y complementarios
que resultan ambos indecidibles. La huella, en tanto
que rastro y presencia/ausencia, parece hablarnos
de una permanente continuidad entre “objetos
indiferenciables entre ellos; mientras que la diérance
habla en todo momento de cómo los objetos se
conforman a partir de las diferencias. Ahora bien,
ese movimiento contradictorio –que da cuenta de
la disyunción que modela estos términos– es el que
demuestra la irrecusable convivencia de ambos
indecidibles, pues lo “uno” existe siempre en relación
de diferencia (diérence) con lo “otro” que, en último
término, dene al “uno, tanto como su pretendida
Hay Cadáveres
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
No hay nadie? pregunta la mujer del Paraguay.
Respuesta: No hay Cadáveres. (Perlongher, p. 65)
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identidad, a través de ese juego de diferencias
(diérences) que supone el rastro, la huella.
Derrida y Perlongher acogen la contradicción.
En ambos, el movimiento que ocurre entre la ausencia
y la presencia remite a las instancias del poder y
las trastoca. No hay hegemonía de lo presente ni
hegemonía del sonido sobre el lenguaje… las palabras
y los cuerpos no existen solo como presencia: la
presencia no ocurre como oposición a la ausencia, sino
como movimiento de ella, en diferencia (diérance).
Han desaparecido a los cuerpos y, ahora,
los cuerpos lo ocupan todo, en todas partes hay
cadáveres; ha desaparecido la diferencia entre /e/ y /a/
y, ahora, esa diferencia es todo lo que nos ocupa. Al
nal, pensar a la ausencia y la presencia, a lo diferente,
al “uno” y al “otro” como instancias del sujeto, es dar
cabida a los resquebrajamientos del monolito que
supone el pensamiento metafísico occidental… y
es, precisamente, en esos resquebrajamientos que es
posible la resistencia, la deconstrucción.