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Vol. 13 Nro. 2, Julio-Diciembre 2024
ISSN: 2602-8174
Cecilia Velasco
La muerte en tres obras de la literatura infantil ecuatoriana de Teresa Crespo
Death in three works of Ecuadorian children's literature by Teresa Crespo
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RESUMENRESUMEN
ABSTRACTABSTRACT
En este artículo, destaco la obra narrativa más valiosa
de la escritora ecuatoriana Teresa Crespo Toral (1928-
2014), quien ha sido considerada pionera de la literatura
infantil y juvenil en Ecuador. El objetivo del presente
texto es contrastar el modo en el que los textos narrativos
“Pepe Golondrina” (1969), “Mateo Simbaña” (1981) y
Ana de los Ríos” (1986) abordan la muerte infantil como
tema central desde ambientaciones de índole más bien
realista; un objetivo secundario está relacionado con
ubicar la obra de Teresa Crespo dentro de la literatura
infantil y juvenil ecuatoriana y latinoamericana. Recurro
al análisis de los temas y arquetipos relacionados con la
temática de la muerte y el suicidio infantil. Muestro que
en los tres cuentos la muerte infantil ha sido sublimada
por la voz narrativa y que sus tres protagonistas infantiles
devienen en víctimas que se sacrican en aras de un
bien individual o social mayor. Además, asomé que
estas narrativas podrían ayudar al pequeño lector en su
formación literaria y en su desarrollo socioemocional.
También aprecié que las obras recurren a ciertas
referencias intertextuales (por ejemplo, mitos ancestrales
como “El cóndor enamorado”) y se hacen eco del espíritu
de la literatura infantil ecuatoriana propia del contexto
ecuatoriano que se caracteriza por apropiación de una
identidad colectiva atravesada por una lengua mestiza y
la migración local.
Palabras clave: La muerte, literatura infantil, Teresa
Crespo, Pepe Golondrina, Mateo Simbaña, Ana de
los Ríos.
In this article, I highlight the most valuable narrative
work of Ecuadorian writer Teresa Crespo Toral (1928-
2014), who has been considered a pioneer of children's
and young adult literature in Ecuador. e aim of this
text is to contrast the way in which the narrative texts
"Pepe Golondrina" (1969), "Mateo Simbaña" (1981)
and "Ana de los Ríos" (1986) approach child death as a
central theme from settings of a rather realistic nature; a
secondary objective is related to locating Teresa Crespo's
work within Ecuadorian and Latin American children's
and young adult literature. I resort to the analysis of the
themes and archetypes related to the theme of death and
child suicide. I show that in the three stories child death
has been sublimated by the narrative voice and that its
three child protagonists become victims who sacrice
themselves for the sake of a greater individual or social
good. In addition, I noted that these narratives could
help the young reader in his or her literary formation
and social-emotional development. I also appreciated
that the works resort to certain intertextual references
(for example, ancestral myths such as "e condor
in love") and echo the spirit of Ecuadorian children's
literature proper to the Ecuadorian context, which is
characterized by the appropriation of a collective identity
crossed by a mestizo language and local migration.
Keywords: Death, children's literature, Teresa Crespo,
Pepe Golondrina, Mateo Simbaña, Ana de los Ríos.
Death in three works of ecuadorian children's literature by Teresa Crespo
La muerte en tres obras de la literatura infantil ecuatoriana de Teresa Crespo
RECIBIDO: 27/04/2024
ACEPTADO: 18/06/2024
Cecilia Velasco
Universidad de las Artes, Ecuador
maría.velasco@uartes.edu.ec
https://orcid.org/000-0002-4483-5224
DOI: https://doi.org/10.54753/eac.v13i2.2229
Teresa Crespo, Teresa Crespo Toral, Teresa Crespo de Salvador, tres modo de nominar y de darse a conocer; pero siempre la
misma fémina escritora ecuatoriana. “Crespo” la forma abreviada, “Crespo Toral” con sus apellidos de pila y “Crespo de Salvador,
en compañía de su esposo.
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INTRODUCCIÓNINTRODUCCIÓN
En 1969, la cuencana Teresa Crespo publicó
una colección de textos narrativos titulada Pepe
Golondrina y otros cuentos bajo el auspicio del
Municipio de Cuenca. A esta edición le sobrevendría
una segunda de carácter familiar, de 1986, que es a la
que he acudido para efectuar este estudio. La autora
antes había publicado su Rondas y Canciones (1966),
pero la intención de este artículo no es analizar la
obra lírica de la escritora cuencana ni aun todos sus
cuentos, sino concentrarse en “Pepe Golondrina
(1969), “Mateo Simbaña” (1981) y “Ana de los Ríos
(1986).
Algunos comentarios críticos o sus extractos,
se hallan en una sección de la edición más reciente
de Rondas y Canciones. Estos habían sido publicados
ya en diversos medios de comunicación y en distintos
momentos. A los cuentos seleccionados para el
presente artículo se reeren los siguientes escritores
y periodistas: Rosalía Arteaga, Rubén Astudillo y
Astudillo, Eulalia Barrera, Alejandro Carrión, Jorge
Dávila Vásquez, Francisco Delgado Santos, Ricardo
Descalzi, Lautaro Gordillo, Monseñor Alberto Luna
Tobar, Estela Parral de Terán, Juan Tama Márquez.
La publicación, así mismo recoge voces editoriales
de algunos medios de comunicación, así como un
fragmento del estudio de Gabriel Judde, de 1982, de
la Universidad de Nanterre. Trátase de comentarios y
reseñas para periódicos y no de profundos estudios
analíticos, son comentarios más bien de naturaleza
impresionista, si bien merecen mención es porque
de la autora se desconoce mucho y estas referencias
en conjunto, en cierto modo, brindan bases para
estudioso más acuciosos.
Por otra parte, mi necesidad de información
acerca de investigaciones previas sobre la autora me
ha llevado cronológicamente a los siguientes trabajos
académicos: una tesis de maestría, titulada “Análisis
de la obra narrativa de Teresa Crespo de Salvador con
énfasis en los valores” (Delgado Torres, 2013); la tesis de
pregrado titulada “Adaptaciones radiofónicas de cuentos
ecuatorianos contemporáneos para incentivar y fomentar
la lectura en niños de la unidad educativa salesiana
Domingo Savio por Radio Mensaje, que Betancourt
Mera y Changoluisa Romero presentaran en 2015; un
artículo de índole más bien panorámico que destaca
negativamente algunos rasgos de Crespo (González y
Rodríguez, 2000); un artículo cientíco titulado “Mateo
Simbaña: Identidad y espiritualidad en la literatura
infantil ecuatoriana, de Katya Mercedes Grados Fabara
y Mayra Alexandra Molina Lozada (2021).
¿Qué ocurría en la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ)
fuera de nuestras fronteras?
Sin que sea el afán de este escrito ofrecer
visiones panorámicas de lo que se considera como
patrimonio de la LIJ, podría resultar interesante revisar
qué estaba ocurriendo allende nuestras fronteras en
este ámbito durante la segunda mitad del siglo XX y,
en especial, durante sus últimas tres décadas. Seguiré
un escrito de Juan Gara Única (2016-2017), titulado
“Evolución histórica de la literatura infantil y juvenil
con el propósito de evidenciar que ya en el siglo XIX
había llegado a España una serie de publicaciones
infantiles de la mano de editorial Calleja, que ponía
en circulación la obra traducida de los Hermanos
Grimm, Perrault o Carlo Collodi con su Pinocho. Se
admite que la noción del libro infantil o el libro para
niños fue ganando terreno y que el siglo XX trajo
novedades en Europa, tales como la publicación de
Peter Pan y Wendy, de Mathhew Berry en 1904, o las
varias Historias de dragones que desde 1905 empieza a
publicar Edith Nesbit. Asimismo, otros clásicos como
Mary Poppins, de Peter Travers, se publica en 1934
y, años después, Pippi Calzaslargas (1945), de Astrid
Lindgren, autora clave de la literatura infantil.
Gara Única (2016-2017) destaca, así mismo,
títulos como El Principito (1954), de Antoine de Saint
Exupéry y, dos décadas después, justamente en 1979,
Debo dejar constancia de mi agradecimiento a Susana Salvador, hija de Teresa Crespo, quien puso en mis manos los ejemplares de
varios libros de su madre.
En esta publicación ilustrada, en la que se recogen solamente poemas de nuestra autora y no la obra narrativa, se incluyen partituras
creadas a partir de algunos de aquellos, así como una sección titulada “Comentarios críticos sobre la obra literaria de Teresa Crespo de
Salvador, los mismos que tienen que ver también con la narrativa.
La reero como fuente consultada porque en ella se hallan algunas reexiones sobre la literatura infantil ecuatoriana y porque ofrece
un guion para adaptar al lenguaje radiofónico el cuento del protagonista llamado Mateo Simbaña.
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Momo, de Michael Ende. Recuérdese que justamente
ese año 1979 fue proclamado por la UNESCO
como el Año Internacional de Niño, probablemente
a propósito de que veinte años atrás, en 1959, se
formuló la Declaración Universal de los Derechos
del Niño. Varios de estos títulos han sido leídos y
recomendados por Teresa Crespo de Salvador en un
libro que se publicó con el objetivo de ser consumido
por las familias ecuatorianas (1991).
En cuanto a América Latina, de modo muy
apretado, si nos remitimos una parte del siglo XX,
de la mano del escritor de cción y estudioso chileno
Manuel Peña Muñoz (2011), podríamos referirnos
a autores y libros fundamentales como los Cuentos
de la Selva, de Horacio Quiroga (1878-1937), que
alberga a los inolvidables coatíes y a los amencos
de medias rosadas, publicado en el temprano 1918.
Tendremos que mencionar al escritor colombiano
Rafael Pombo (1833-1912), quien legó poemas
que han circulado en libros de texto escolares y en
distintos soportes, llenos de humor e ingenio, como
el inolvidable “Rinrín Renacuajo. Trátase de poemas
tal vez contrarios en su espíritu a la naturaleza
sublime de la poesía de Gabriela Mistral (1889-
1957), ampliamente difundida en todo el continente,
cuyo poemario infantil Ternura fue publicado en
1924. Mistral ganó el Premio Nobel de Literatura en
1945. Y aunque Peña Muñoz (2011) no la mencione,
reconozco esa entrañable novela de la poeta Juana
de Ibarborou (1892-1979) de título Chico Carlo y
publicada en 1944.
En este recorrido es imposible no mencionar
a María Elena Walsh (1930-2011), la poeta argentina
que irrumpió en la década de los sesenta de la última
centuria con sus poemas deslumbrantes, como
sus Canciones para mirar, de 1962. Ha de evocarse
también a un autor fundamental como José Mauro de
Vasconcelos (Brasil, 1920-1984). Entre varios de sus
títulos, destaco Mi planta de naranja lima (1968), que
se adentra en el dolor de un niño que vive en su hogar,
donde recibe cariño y maltrato en dosis equivalentes y
quien, además, vive una pérdida y un duelo a temprana
edad (Peña Muñoz, 2011)
El mismo Peña Muñoz (2011) se reere a
innovaciones importantes en el campo de lo visual.
Destaca, así, al autor-ilustrador Ziraldo (1932-2024),
y uno de sus primeros trabajos, Flicts (1969), que
supuso una transformación completa al fusionar las
imágenes y los textos en obras destinadas a los lectores
más jóvenes. Sus obras desaaban lo acostumbrado
y suponían una rica impresión para los sentidos
(Peña Muñoz, 2011). Igualmente, el escritor y crítico
chileno alude, con razón, a fenómenos de lectura que
impactaron en toda América Latina, que supusieron
las revistas infantiles chilena Peneca y argentina
Billiken, con las que crecieron generaciones de niños y
jóvenes en este continente.
A modo de tesis incipiente, podríamos
plantear la existencia de una doble vía en los senderos
de la LIJ: en el caso de narrativa, la fantasía más o
menos desbordada que tal vez surge de la mano de los
cuentos de hadas y que se expresa en obras de distinta
naturaleza, en las que los personajes interactúan con
animales o seres de otro mundo y, por otro, un espíritu
realista que ahonda en contextos sociales crudos en los
que niños son más vulnerables, que podría ser el que
se exprese en obras como Mi planta de naranja lima
o, más cerca, en algunos cuentos de Teresa Crespo.
Asimismo, en el caso de la poesía, se puede identicar
una voz lírica más juguetona, que recurre al humor y
explota al máximo la sonoridad como en el caso de
Walsh, versus el espíritu sublime, que incluso recurre
a lo patético, en el sentido de mover a la compasión,
que caracteriza la obra de Gabriela Mistral, en la que
la voz poética advierte sobre la intención de proteger a
esos desvalidos y descalzos niños (Ruiz Soriano, 1997;
y Sepúlveda Eriz, 2018). En las palabras de Crespo,
advertimos el retumbe de ecos mistraleños.
La LIJ en Ecuador en los años sesenta y setenta
Me remitiré a la mención solo de ciertas obras
de la literatura infantil y juvenil ecuatoriana de la
segunda mitad del siglo XX. Además, consideraré
de modo somero los nombres de escritores cercanos
generacionalmente a Teresa Crespo de Salvador,
quienes también han explorado los terrenos de la
escritura para lectores infantiles y juveniles. Los datos
están tomados de “La literatura infantil y juvenil en el
Velasco, C. Rev. Educ. Art. y Com. Vol. 13 Nro. 2, Julio- Diciembre 2024: 58-68
Voz del guaraní. También llamado nasua o pizotes.
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Ecuador”, de Leonor Bravo (2018), un extenso capítulo
que compone el Tomo XI de la Historia y antología de
la literatura ecuatoriana.
Entre los autores generacionalmente cercanos
a Teresa Crespo mencionaré los siguientes: Alicia
Yánez Cossío (1928), Eugenio Moreno Heredia (1926-
1997), Sarah Flor Jiménez (1925-2011), Alfonso
Barrera Valverde (1929-2013) y Hernán Rodríguez
Castelo (1933-2017). En el artículo de Bravo (2018),
constan los títulos de algunas obras de LIJ ecuatoriana
publicadas en las décadas de los sesenta, setenta y
ochenta. Conviene tener presente que las obras que
nos ocupan de Crespo Toral corresponden a los años
1969, 1981 y 1986. Veamos qué presenta Bravo (2018):
Caperucito Azul (1975), El grillito del trigal (1979),
La historia del fantasmita de las gafas verdes (1978),
Memorias de Gris, el gato sin amo (1987) de Hernán
Rodríguez Castelo. Se alude a Rupito, de Leonidas
Proaño (1910-1988), que apareció como libro
completo en el año 1985, pero que venía publicándose
por entregas en un periódico de Ibarra, fundado por
el propio monseñor Leonidas Proaño. A este puede
catalogarse como una novela de formación elaborada
por un niño de provincia. Otros hitos enumerados
son estos: Cuentos ecuatorianos de Navidad (1968),
Literatura infantil (1970), de Manuel del Pino (1910-
1974), así como El País de Manuelito (1984), de
Alfonso Barrera Valverde.
Seguiré los planteamientos de Leonor Bravo
(2018) acerca de lo que ocurría en la LIJ ecuatoriana
a partir de la década de los setenta. El apartado del
que destacaré lo que juzgo clave lleva como subtítulo
“Las décadas del 70 al 90” (Bravo, 2018, pp. 15-17).
La autora aborda el surgimiento de revistas infantiles
como La Pandilla que circuló semanalmente como un
suplemento del diario capitalino El Comercio, desde
1971 hasta 2016. También reseña otras publicaciones
periódicas destinadas al público infantil: desde el año
1979, la revista que, producida en Guayaquil, era de
circulación nacional, Icarito, llegó a los doce números
y dejó de circular por falta de presupuesto. Asimismo,
nombra la revista La Cometa que, desde 1982, circula
con el periódico quiteño Hoy.
Otros hitos de esos años son estos: la revista La
Ollita Encantada, con doce números, surgió debido a
instancia del Ministerio de Educación denominada
Departamento de Cultura para Niños (Bravo, 2018).
Menciona, además, a personalidades públicas como
las aquí ya mencionadas: Alfonso Barrera, Carlos
Carrera, Leonidas Proaño, Teresa Crespo, Sarah Flor
Jiménez, Hernán Rodríguez Castelo: “la gura más
importante de esta etapa, tanto por su reexión teórica
sobre la literatura infantil, como por su obra literaria.
(Bravo, 2018, p. 17). La investigadora destaca,
asimismo, el nombre de Wilson Hallo (1939) -artista,
gestor, investigador, editor galerista-, fundador de
Ediciones del Sol, que creó la Serie de Cuentos, Mitos
y Leyendas Indígenas adaptados para niños que trata
acerca “de la tradición oral de todo el país, escritos
por intelectuales prestigiosos e ilustrados por pintores
como Tábara Viteri y Kingman, entre otros. Ese fue
un trabajo pionero que se sigue reeditando hasta la
actualidad.” (Bravo, 2018, p. 16).
En los párrafos nales del apartado
mencionado, Bravo alude a una serie de investigadores
que, desde el folklore y la investigación histórica
y antropológica, pasando por los estudios de la
tradición oral pudieron también haber ejercido un
papel importante en “el desarrollo de la literatura
infantil.” (Bravo, 2018, p. 17). No es de extrañarse,
entonces, que algunas de las páginas de Teresa Crespo
estén habitadas por alusiones históricas y culturales.
Una vez presentado un apretado recorrido
de la literatura infantil y juvenil latinoamericana y
ecuatoriano cercana a la producción de Crespo Toral,
pasaremos en el siguiente parágrafo a tratar a nuestra
autora y su obra.
Temas y espacios. La autora
Teresa Crespo Toral publicó su primer libro,
Rondas y Canciones, cuando corría el año 1966. Como
ya se dijo habría, años después, una nueva edición,
en cuyas páginas nales se incorporan varios juicios
críticos que aluden no solo a la poesía de la autora,
sino también a su obra narrativa y, en especial, a los
textos que han sido elegidos para el presente análisis.
La autora del presente artículo le ha dedicado el capítulo de un libro a La historia del fantasmita de las gafas verdes (Velasco, 2022).
Año en el que Bravo escribía el manuscrito de la obra referenciada.
Homónimo de la chilena.
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Crespo fue colaboradora de varias revistas nacionales
e internacionales y obtuvo varios galardones en su
ciudad natal y en otras del Ecuador. Desde el año
2002, se incorporó como académica de número a la
Academia Ecuatoriana de la Lengua, Correspondiente
a la de la Real Academia Española.
La obra narrativa más valiosa de Teresa Crespo
evidencia parte del espíritu nacional de la literatura
infantil ecuatoriana producida entre los años setenta
y noventa del siglo pasado, que se expresa en la
apropiación de una identidad colectiva -atravesada
por una lengua mestiza e, incluso, por la migración
local- como en el caso de Ana, Rupito, Manuelito
-respectivamente, protagonistas de obras de Crespo,
Barrera Valverde (1985) y Proaño (1985)-, quienes de
modo más o menos pasajero o feliz, tienen que salir
de su lugar de origen natal para viajar a la ciudad.
En el prólogo al libro Baúl de tesoros, Nueva
antología de la literatura infantil, cuya autora es Teresa
Crespo (1991), la escritora sugiere su concepción de
lo que debe ser la literatura infantil.
Debo insistir en que la literatura para niños
debe ser bellamente escrita, al mismo tiempo
que sencilla, debe tener mucha fantasía y
exaltar los valores morales, procurando elevar
el corazón del niño hacia altas cumbres de
bien, belleza y virtud. Debe exaltar nuestros
bienes culturales, nuestros valores ancestrales,
nuestro paisaje y nuestra gente. Es decir,
debe poner de relieve las raíces de nuestra
nacionalidad Indo-hispánica (p.13).
Como se aprecia, la autora sistematiza rasgos
que deben reunirse para producir una obra destinada
a los más pequeños. A lo largo del prólogo de esta
obra, Crespo reitera la necesidad de aproximar a los
niños a la lectura, la buena música, el juego; a alejarlos
del consumismo, la TV, “la pornografía comercial, la
telenovela cursi y dañina” (p.12). No deja de lado una
motivación religiosa que debería estar presente en la
educación espiritual y religiosa de los niños, aspecto
que da cuenta de su fe:
Que es mucho mejor tener un buen amigo,
unos campos hermosos por donde correr,
una patria llena de valores culturales que
debemos defender de unos y otros, millones
de hermanos, millones de estrellas y un Dios
Padre que nos espera al nal de los mundos y
constelaciones (p.13).
Además de que al nal de su prólogo constan
varias referencias interesantes a obras de la LIJ
ecuatorianas que han llegado a sus manos o que ella
ha estudiado, sugiere lecturas fundamentales para
lectores infantiles: Andersen, los hermanos Grimm,
las fábulas de Esopo, La Fontaine y Samaniego,
Charles Dickens, Julio Verne, Salgari, Kipling,
Amiscis, Lagerlof, Saint-Exupéry, Gabriela Mistral,
Richard Bach, Marcela Paz, Vasconcelos, Michael
Ende, Tolkien, Bradbury.
Volumen de cuentos Pepe Golondrina (1969)
El volumen titulado Pepe Golondrina y otros
cuentos cuenta con una brevísima presentación del
poeta cuencano Rubén Astudillo y Astudillo (1938-
2003), y con la reproducción facsimilar de una nota
manuscrita rmada por el escritor quiteño Augusto
Arias (1903-1974), que nombra algunas emociones
asociadas con la obra de Crespo, como la melancolía y
el sentimiento religioso. El autor, a la sazón de sesenta
y seis años, titula la esquela “Mensaje infantil a Teresa
Crespo Toral” y se pone en los zapatos líricos de un
niño. A continuación, transcribo algunas líneas, las
seleccioné porque contienen múltiples alusiones al
color azul, así que maniesta como un símbolo.
Porque tal vez todavía soy con invisible cana
estelar
El niño de la mariposa azul y la cebada de oro
humilde
Porque tal vez soy todavía el niño que sube
cantando a la colina mayor
Para coger la mano azul de Dios.
Porque todavía soy el niño de mano delgada y
ojos melancólicos y
Lengua de fuego que interroga a la Noche
Azul.
Velasco, C. Rev. Educ. Art. y Com. Vol. 13 Nro. 2, Julio- Diciembre 2024: 58-68
Resulta importante resaltar la existencia de este tipo de iniciativas, como son la conformación de una Biblioteca Ecuatoriana de
la Familia, en cuya estructuración participaron estas editoriales: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Editorial El Conejo, Corporación
Editora Nacional, bajo la consigna del Programa Nacional El Ecuador Estudia.
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Y porque todavía soy el niño salvaje de julio, el
mes de la cometa azul y el agua azul y la niña
azul, cuyo corazón suena en nuestra sangre
como el latido de una estrella de once años.
[…] este mensaje azul con que celebramos la
or azul de su palabra azul y pequeñita, que
enciende aún más la rosa de nuestra alegría y
hace menos dura la madera negra de nuestra
cuna y más dorado el caballo que el viejo
Noel nos dejara a la puerta en la Noche de las
Noches del Diciembre colmado de lágrimas.
Alabados sean sus ojos, Teresa Crespo Toral.
Alabado sea el resplandor azul de su corazón.
El volumen que me ocupa contiene siete
cuentos. Dos tienen como temática la navidad, “La
Navidad de los duendes” e “Historia de un bombillo”;
otro es de contenido histórico, con alusiones más o
menos inconexas al Descubrimiento de América,
Cristóbal Colón, el Oriente ecuatoriano, el río
Marañón, las largas disputas bélicas con Perú; su
título es “Una historia de Oriente, mientras que otro
explica cómo una niña indígena de pelo rubio es, por
ello, apartada y estigmatizada por su comunidad,
pero, convertida en garza dorada, sube al cielo, tras
perdonar a quienes la habían discriminado. Se trata
de “La garza dorada. Se encuentra también el cuento
que tiene como protagonista a un cartero, “El Cartero
sin Rey”, que expresa una crítica a las guras del
poder. Otro, “La or de taxo, tiene un parentesco con
contenidos legendarios, pues se relata la historia de
una princesa indígena, Llira, de cuyos besos dados a
una planta de singular frescura, surge, cada vez, una
nueva or, la de la planta trepadora nombrada con el
americanismo “taxo. Uno de los cuento de mi interés
para el presente estudio se suma a esta lista: “Pepe
Golondrina.
En general, el volumen no escapa a cierta
juicios negativos. Uno recurrente es su carácter
aleccionador, o sea, la idea prevaleciente de que debe
darse un mensaje instruccional, moralizante; sin
embargo, también se ha argüido que “Su producción se
caracteriza por su lenguaje de tono lírico, que incluye
largas exposiciones y descripciones [énfasis agregado]
que encapsulan gran cantidad de material de tipo
antropológico o geográco.” (González y Rodríguez,
2000). Entonces, el contenido lírico no debería
ser visto como un defecto. En cuanto al contenido
antropológico y geográco, debería ser asumido
como el trasfondo de los relatos, que no menoscaba la
calidad artística. Gabriel Judde se rerió así al cuento
Mateo Simbaña”:
Teresa Crespo conoce tan bien su público -el niño
andino- como el ambiente en el que vive, y en
el que ella nació y vivió. La fuerza poética cobra
prioridad sobre el n moralizador y centuplica el
valor estético del cuento (2000, p. 93).
Por un lado, de modo más o menos constante,
el tono de los cuentos recuerda que se trata de una
voz adulta que está relatando cuentos a unos niños a
quienes es necesario instruir -pero a quienes también
se les habla de algo que es esencial para ella misma-:
Quiero invitar a todos los niños. Quiero que me
acompañen con su claridad.” (Crespo Toral, 1986, p.
9) “Esta es una historia que yo la oí de niña.” (Crespo
Toral, 1986, p. 13). En otros casos, se ha recurrido al
canónico comienzo de los cuentos de hadas: “Había
una vez” y “En épocas muy remotas.
En el año 2013, para la obtención de una
maestría en Literatura Infantil y Juvenil, Carmen
Amelia Delgado Torres desarrolló una tesis titulada
Análisis de la obra de Teresa Crespo con énfasis
en los valores. Para analizar, eligió un corpus de
poemas, poemas en prosa y obra narrativa, del que se
describen y analizan los valores literarios, sociales e
históricos, así como las emociones y sentimientos que
podrían oponerse: positivos versus los negativos. Las
siguientes líneas expresan parte de las conclusiones a
las que arriba Amelia Delgado Torres (2013) y tienen
que ver con lo que una lectura literaria puede generar
en el proceso formativo de un niño:
En ellas, el lector disfruta de mundos
ccionales, forma su mundo interior, cultiva
buenos sentimientos, intercambia ideas con
otros, amplía su horizonte cultural, potencia y
ejercita sus habilitades lingüísticas, desarrolla
su inteligencia e imaginación y descubre
mensajes en torno a temas trascendentes que
promueven su formación ética (p.125).
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En el fragmento seleccionado, se destaca
que a través de las obras de Crespo, los lectores
exploran universos imaginarios, mientras tienen la
oportunidad de construir su propio mundo interior.
Mediante sus personajes, acciones y expresiones, se
fomentan sentimientos positivos, se comparten ideas
con los demás, se enriquece el conocimiento cultural
de los lectores y se mejoran también sus habilidades
lingüísticas. Además, les ofrece la oportunidad a
los niños de fortalecer su inteligencia y creatividad.
Ellos encuentran mensajes sobre temas importantes
que contribuyen al desarrollo ético de los pequeños.
Ideas como estas últimas han sido recomendadas
por Alzola Maiztegi (2007). En Temas de la literatura
infantil, cuyo subtítulo es “Aproximación al análisis
del discurso para la infancia, el estudioso venezolano
Manuel Hanán Díaz describe brevemente en el primer
capítulo los criterios útiles para el análisis de obras
escritas para niños. Se reere a la “calidad literaria,
tensión, verosimilitud, originalidad, imágenes que
cuentan, nales y comienzos.” (Hanán Díaz, 2015, pp.
20-22).
Bajo estas premisas, las cuarenta y cinco páginas
de los cuentos de Teresa Crespo Toral publicados en
Ecuador en corría el año 1969 todavía les quedan
debiendo a sus lectores infantiles, pues la estructura
narrativa presenta aquezas y casi no se genera
tensión ni se destaca por imágenes que cuenten. El
lenguaje resulta aún acartonado y demasiado solemne
en la mayoría de los cuentos. Sin embargo, incluso con
vacíos en cuanto a la construcción del personaje y la
trama, el que da origen al volumen, “Pepe Golondrina,
escapa de esta condición aleccionadora y contacta al
lector con un joven personaje inolvidable al tiempo
que inasible y misterioso, Pepe Golondrina, de ocio
lustrabotas, suele mantener su cajón intacto porque
no quiere desordenar -ni usar- los frascos de tinta y
las franelas, dado que disfruta del orden y la limpieza.
En las líneas nales del breve relato, contemplamos
su salto al innito y se sugiere de modo lírico que el
muchachito se ha suicidado porque desde siempre
padeció la necesidad de saltar y volar hacia el innito.
Todos los pretiles altos del barrio le parecían ya
demasiado pequeños para sus ansias.” (Crespo Toral,
1986, p. 44).
Nuestro corpus
Como se anunció en el resumen de este
artículo, los tres cuentos elegidos para mi análisis
comparten la temática de la muerte infantil: “Pepe
Golondrina, el más breve, (1969), “Mateo Simbaña
(1981) y “Ana de los Ríos, de 1986, el más extenso.
Podría haber considerado también “La garza dorada,
pero en este, que tiene rasgos más bien propios de la
leyenda y podría ser interpretado como la explicación
mítica del origen de un tipo de garza, no encuentro la
fuerza literaria equiparable a los otros.
El volumen de Pepe Golondrina cuenta con
las ilustraciones de Tite (en la edición de Afaguara
Infantil, le corresponden al artista Roger Ycaza),
mientras que “Manuel Simbaña” combina textos con
dibujos en pequeño formato de Iñigo Salvador, hijo de
Teresa Crespo. Y, por último, la edición de Salvat de
Ana de los Ríos ha sido enriquecida con las acuarelas
artísticas de Eudoxia Estrella (1925-2021).
Pepe Golondrina, el salto invertido
El tema de la muerta es relevante, no solo
debido al tabú que le ha rodeado, sino también
porque como manifiesta Colomer Martínez
(2005), “muestra con claridad el proceso de
psicologización sufrido por la literatura infantil.
(p.10). Tradicionalmente, la cuestión se usó como
el elemento desencadenante de la acción o como el
tema central se emplea para brindar al protagonista
la posibilidad de reunirse con sus seres queridos
como ocurrió en Marcelino, pan y vino. En la
literatura más recientes este tema representa para el
héroe la oportunidad de madurar emocionalmente.
Por eso, Agrelo-Costas y Mociño-González (2023),
luego de revisar varias obras (v.g. Yo siempre te
querré, El libro de los recuerdos, A avoa do nobelo
branco, ¡No es fácil, pequeña ardilla!) defienden “la
capacidad de la literatura para abordar la pedagogía
de la muerte y del duelo” (p.237). Estas ideas ya la
habían propuesto Arnal Gil et al. (2014), después de
revisar algunos libros ilustrados y algunos álbumes
(v.g. ¡¿Cómo es posible?! La historia de Elvis, Gracias,
tejón; El ángel del abuelo y El gran viaje del señor M.,
Velasco, C. Rev. Educ. Art. y Com. Vol. 13 Nro. 2, Julio- Diciembre 2024: 58-68
 En 2009, Alfaguara Infantil reeditó el volumen Pepe Golondrina y otros cuentos, que contó con las ilustraciones de Roger Ycaza.
En la contratapa se declara que se trata de un homenaje por el cumpleaños número ochenta de la escritora cuencana.
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Una casa para el abuelo, La caricia de la mariposa);
sin embargo, no es esta la perspectiva que se hallará
en Crespo, quien trata con recursos poéticos el
suicidio.
Me parece excepcional es que en las tres
obras narrativas que he elegido se respira un hálito
lírico, el lenguaje literario se logra en imágenes
poderosas y se abordan temas como la muerte o
aún la insinuación del suicidio de modo poético.
El cuento “Pepe Golondrina” se destaca de entre
los demás del mismo volumen de cuentos por su
carácter insólito y por la orientación filosófica de
la trama. Algo similar ocurre con los otros textos
narrativos elegidos, que le apuestan con mayor
fuerza a lo local, desarrollan una trama más densa,
dejan ver más del espacio y contexto social y cultural
circundante. Dice sobre el cuento nombrado Juan
Tama Márquez, en un tono más subjetivo que
analítico:
Magníco por su contexto humano, Pepe
Golondrina. La presencia de este muchacho
ideal, que ejecuta las más grandes audacias
y recibe la muerte como premio a su
inmortalidad, ¡Aunque parezca paradójico!,
no es una muerte aterradora, negativa. Es una
muerte blanca. Quizás es una manera de ser.
Es la muerte de una golondrina. Azul. ¡Qué
similitud entre la muerte de este muchacho
y la de una golondrina que se queda girando
en una existencia con esencia propia, con la
esencia de los actos buenos!” (p. 97)
Teresa Crespo estuvo casada con un
destacado intelectual conservador quiteño, Jorge
Salvador Lara, con quien tuvo seis hijos. Según un
testimonio de Susana Salvador, hija del matrimonio
Salvador Crespo, un hermano de ella y segundo
hijo de la pareja, Jorge Diego, murió a los dos años
edad, al caer por accidente desde un balcón de una
casa situada en la calle Vargas, en la zona céntrica
de Quito. Este fallecimiento habría de dejar una
huella profunda en Teresa Crespo, si bien el dolor,
como dice su hija, fue sublimado a través de la
literatura. Lo cierto es que el tema de la muerte de
personajes juveniles aparece en los cuentos que he
decidido analizar.
Pepe Golondrina, protagonista del cuento
de título homólogo, es descrito por un narrador
en tercera persona como “un muchachito” de edad
indeterminada, “esbelto y pálido, con dos grandes
ojos soñadores que le comían la cara, pelo ensortijado
e indómito y un aire atractivo que hacía pensar ‘este
chico ve más allá de sus narices” (Crespo Toral,
1969/1986, p. 45)
Está ambientado en un pasado indenido, en
el que se recurre sobre todo al pretérito imperfecto de
indicativo, que sirve como telón de fondo para hechos
puntuales que irrumpen, enunciados con el pretérito
perfecto simple: “Empezó a hacer exploraciones, o
descubrió un viejo puente” (Crespo Toral, 1969/1986,
p. 44). Las acciones más trascendentes se conjugan
recurriendo a este tiempo verbal citado, lo que crea
la ilusión de una rutina o unos hábitos en el pasado,
llevados a cabo por el personaje y su entorno, cuyo
transcurso parece más bien breve, dentro de la que
ocurren hechos puntuales y denitorios.
El apodo del muchacho se explica así:
Para sus amigos, Pepe era “el golondrina.
Le habían puesto ese nombre un poco por
su aspecto delgaducho siempre vestido de
negro, gracias a la oscura caridad de algún tío
empleado de la funeraria: otro poco porque el
muchacho tenía una habilidad fantástica para
el salto y parecía siempre dispuesto a volar
(Crespo Toral, 1969/1986, p.44).
El que su tío sea empleado de una funeraria
funciona como un indicio para lo que ocurrirá
después y para el desenlace del cuento:
Un día, en sus correrías dominicales, sus amigos
le vieron dar tal salto del muro del cementerio
abajo que creyeron que no le encontrarían
con vida. Pero, al llegar, anhelantes, después
 Conversación telefónica con Susana Salvador Crespo, el 10 de abril de 2024.
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de haber cruzado la puerta, le encontraron
que repetía su hazaña como si volara. (Crespo
Toral, 1969/1986, p. 44).
El personaje y las situaciones que vive
son caracterizadas a través de símiles, metáforas,
imágenes y personicaciones, como que los ojos
se le comían la cara -por expresar que eran muy
grandes-, o que ve más allá de las narices -o sea que
es inteligente y agudo-, los materiales de lustrar
zapatos se asimilan con un arsenal o son oro en
polvo, y los trapos, banderas aguardando un día de
esta; él salta como si volara y se convirtiera en una
echa, el puente se compara con un arcoíris, el cajón
de zapatos puede sentir los latidos de su corazón.
Para él, “barandas, escaleras, árboles y tapiales
eran simples trampolines para llegar casi hasta las
estrellas.” (Crespo Toral, 1986, p. 44).
El muchacho es hijo de una lavandera que,
con esfuerzo, le ha regalado un cajón para lustrar
zapatos, que él se niega a usar porque no quiere
ensuciarlos -o sea, usar los materiales-, lo que le trae
contrariedades a su madre, expresadas en “uno que
otro coscorn, con suave energía ” (Crespo Toral,
1986, p. 43). El personaje se ve casi atacado por una
obsesión: tanto en el día como en la noche, salta o
sueña con hacerlo. Ver el mundo desde las alturas
tendría que ver con su negativa al trabajo: parece
que se trata de una mente idealista que huye de la
realidad en pos de la belleza. “Saltaba, y desde arriba
podía ver las cúpulas de las iglesias, verdes como
limones partidos. Las gentes se le hacían diminutos
duendecillos; los ríos, como hebras de seda; los
árboles, como motas de terciopelo.” (Crespo Toral,
1986, p. 44). Un día, al estar buscando otros lugares
para saltar, descubre un puente sobre un río seco, y
siente algo extraño:
Calculó, midió, comparó, y cuando ya
se decidía a dar el salto, un dolorcillo
angustioso en el estómago, como si alguna
víscera se le hubiera quedado agarrada
a las moras que tenía a sus espaldas, le
hizo detenerse anhelante. ¡Mas no se
decidió! No se decidió ese día, ni al otro
ni en muchos días más. ¡Aquel salto llegó a
obsesionarle, y tanto y más aun tanto que,
desde que no pudo decidirse, tampoco
en sueños alcanzaba nada! (Crespo Toral,
1986, p. 44).
¿Es ese dolorcillo angustioso el presentimiento
de que está frente al abismo de la muerte? Desde
ese descubrimiento, siente más desazón, pero sigue
calculando algo que no se sabe y está obsesionado
con el río, y tanto, que sus amigos lo creen embrujado;
un día, vuelve a poner un pie sobre el puente que “se
estremece, como acelanturado” [Sic] (Crespo Toral,
1986, p. 45) , y Pepe Golondrina se retira sobresaltado.
Al día siguiente, toma la decisión de ir a ese lugar,
solo, sin amigos, con el cajón apretado entre sus
brazos. La voz narrativa habla de que hay un proceder
heroico cuando el muchachito, tras limpiar su cajón
de lustrabotas se dirige al puente.
Llegó al puente, se santiguó tres veces y
comenzó a caminar lentamente sobre él.
Hubo crujidos, temblor, quejas de las maderas
podridas y, de repente, cuando el muchacho
ya no podía volverse atrás, ¡todo se vino abajo!
Fue un cataclismo…
Y Golondrina voló, voló de nuevo como en sus
mejores sueños. (Crespo Toral, 1986, p. 45)
Las líneas nales describen que el personaje
“voló sin sentir ya el cuerpo (Crespo Toral, 1986,
p. 45) , lo que trae consigo ciertas transformaciones
o la ilusión de la transformación, como el puente
convertido en arcoíris, y el salto no hacia abajo, sino
hacia el rmamento. Vuelve a su sitio la arena del río
tras haber recibido el cuerpo. Como rastro del vuelo
solo resta “el azul cajón de lustrabotas, pintando con
todos los colores del iris el lecho del río. (Crespo
Toral, 1986, p. 45)
En 1960, el artista Yves Klein (Francia,
1928-1962) propuso una obra de arte titulada “El
Velasco, C. Rev. Educ. Art. y Com. Vol. 13 Nro. 2, Julio- Diciembre 2024: 58-68
 En el capítulo en que Ítalo Calvino elogia a la levedad sobre la pesadez, en su libro titulado Seis propuestas para el nuevo milenio,
el autor recoge una del Decamerón, en la que se narra cómo el poeta Guido Cavalcanti, quien solía pasar sus días meditando entre
los sepulcros, es acosado por un grupo a caballo, que le increpa acerca de lo qué hará cuando descubra que Dios no existe. “Guido,
viéndose rodeado por ellos, prestamente dijo: -Señores. en vuestra casa podéis decirme cuanto os plazca. Y, poniendo la mano en
uno de los sarcófagos, que eran grandes, como agilísimo que era dio un sallo y cayó del otro lado y, librándose de ellos, se marchó.
(Decamerón de Giovanni Boccaccio, s. XIV, como se citó en Calvino, 1985).
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salto al vacío. La he asociado con este cuento de
Teresa Crespo, si bien, como dicen los críticos, este
fotomontaje es también un simulacro y un espectáculo
y fue concebido como tal. No obstante, igual que en
el breve cuento de la ecuatoriana, el cuerpo humano
protagoniza, al mismo tiempo, una ascensión y una
caída.
En el año 1960 Yves Klein divulgó una
fotografía en la que se observaba al propio
artista otando en el aire, aparentemente
después de haber saltado desde una ventana.
El encuadre de la foto era sucientemente
cuidadoso para que aparecieran tanto la
ventana como el pavimento, puntos de
referencia imprescindibles para completar el
efecto de la imagen.
El punto de suspenso en que se encuentra la
gura humana remite por igual a la ascensión
que a la caída. En consecuencia, pese a la
opinión generalizada, no creo que esa foto
trate de convencernos solamente de que el
artista saltó por la ventana, sino también
de que el artista era capaz de sostener una
relación armónica, e inevitablemente estética,
con el aire. (Molina, párrs. 1 y 2)
Mateo Simbaña, encumbrado entre los vientos
Mateo Simbaña, publicado en 1981, es un
cuento de mayor extensión que el anteriormente
analizado. El título es el del nombre y apellidos del
protagonista. El sintagma “Mateo Simbaña” expresa el
mestizaje lingüístico con dos sustantivos propios: un
nombre de matriz hebrea, traído desde occidente por
la cultura hispánica y un apellido de origen indígena.
Se trata de “un pastorcito que andaba encumbrado
allá entre los vientos del pajonal y las hilachas de
nubes pastoreando su rebaño (Crespo de Salvador,
1981/2003) . Al producirse un incendio forestal, las
ovejas al cuidado de Mateo, él mismo y otros animales
del páramo tratan de escapar, pero varias ovejas
mueren. Mateo, inconsciente, tiene entre sus brazos a
un pequeño cordero al que trata de transmitir el calor.
Figura 1
El hombre en el espacio. El pintor del espacio se arroja
al vacío
Nota. Obra de Yves Klein (1960).
Inconsciente y rodeado por el fuego, es llevado por los
aires por uno de los cóndores que suelen circundar el
cielo del volcán Pichincha y depositado en un nido,
del que desaparece, pues cuando el ave de rapiña
vuelve por él, no lo encuentra. Cuando los adultos
regresan al páramo, transcurrido el incendio, asumen
que el pequeño Mateo ha muerto, pero nadie sabe que
el niño sigue vivo en las entrañas mismas del volcán.
El cuento alberga también el relato sobre unos
cóndores, narrado de forma paralela, que recuerda
leyendas latinoamericanas. Las referencias a estas
aves de rapiña se hacen mediante sustantivos propios
que mezclan el castellano con el quichua ecuatoriano.
Denominaciones tales como “Cóndor Rumi, “Yúrac
Condor, “Cóndor -Inti. “Cóndor Macanacug”,
Cóndor Rumi, así como “Huayra” y “Nina” aparecen
a lo largo de las páginas del cuento analizado aquí, y
aluden tanto a topónimos -de quebradas o montes-,
 Conversación telefónica con Susana Salvador Crespo, el 10 de abril de 2024.
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como a los nombres particulares de los distintos
cóndores, más viejos o jóvenes, unidos por relaciones
de parentesco, amistad o rivalidad. En el cuento
de Crespo, estas aves están rodeadas de un halo
mitológico:
Todos hacían un círculo, topando casi las alas,
que giraban lentamente de Sur a Norte, de
este a Oeste; les sostenía la rosa de los vientos,
velaban su danza ritual en el aire: La Cruz del
Sur, la Osa Mayor y las Siete Cabrillas, y la
Vía Láctea desde lo alto con su corriente de
estrellas (Crespo de Salvador, 1981/2003, p.
18).
Desde el punto de vista cronológico, el núcleo
del cuento -el incendio, la huida, el refugio- ocurren
en un tiempo, que se inscribe dentro de un segmento
pretérito de mayor extensión en el que se desarrolla la
historia de unos cóndores dotados de rasgos humanos.
La edición de “Mateo Simbaña” manejo incluye un
glosario con una serie de palabras en quichua, lo
que puede ser un rasgo peculiar en ciertos textos de
autoría de Teresa Crespo, pues se presenta también
con mucha fuerza en Ana de los Ríos (De Salvador
Crespo, 1986) .
Los espacios en los que transcurre la acción son
más concretos que en “Pepe Golondrina, pues se alude
a nombres de volcanes y a la ciudad de Quito, a la que
este pastorcito de ocho años que vive remontado, no ha
visitado jamás, sino que ha aprehendido solo a través de la
contemplación. Se aprecia una constante oposición entre
el mundo de los páramos, los cerros, aun el cielo, y la
parte baja donde se ubica la urbe. “La ciudad que parecía
embrujada, allá abajo, con sus parcelas cuadradas: ¡los
blancos sembraban casas! Nunca había bajado a Quito.
[…] Solo ellos bajaban de repente y, cuando subían, traían
un olor mezquino de trago y malos tratos.” (1981/2003,
p. 6). Aparecen descritos hitos topográcos como
montañas y volcanes, así como el Panecillo, embellecido
por la escultura de la Virgen de Legarda, edicada en
la cumbre. “Y allí abajo, muy cerquita, como un gran
suspiro verde en medio de casas y avenidas, el antiguo
Yavirac, con Nuestra Señora de Quito posada como una
gaviota de plata.” (Crespo de Salvador, 1981/2003, p. 8).
La voz narrativa reere que “brillaban las luces
del Quito dormido” (Crespo de Salvador, 1981/2003,
p. 8). Como se aprecia, el paisaje aparece descrito
dotado de rasgos positivos, pero no los habitantes de
Quito. Así, avanzada la trama, cuando ya percibe el
incendio, Mateo expresa rencor tras proferir esta frase:
“¡Los guambras malos de la ciudad han quemado otra
vez el cerro!” (Crespo de Salvador, 1981/2003, p. 8). El
desenlace del cuento, en el que, como hemos dicho,
Mateo se traslada a otro mundo, el de la naturaleza o
el mito, nos encontramos con otra referencia a Quito,
pero más vinculada con la historia que a la geografía
que transpira identidad:
O quizás, llevado de su fantasía y olfateando
el trópico, habrá encontrado el túnel secreto
que los abuelos de sus abuelos descubrieron
y que comunicaba a los hombres antiguos
del Quito con los que vivían al borde de la
Mama Cocha, y que hacía posible que los
caciques erguidos sobre los picachos andinos
llamaran a su gente soplando el viento
en grandes caracolas rosadas. (Crespo de
Salvador, 1981/2003, p. 25).
Con una referencia histórica a tiempos
anteriores al Descubrimiento y la Conquista termina
este cuento.
La voz narrativa ha ido nombrando los cerros
de la cadena montañosa de los Andes en la Sierra
ecuatoriana, vistos desde la mirada del niño de ocho
años que, en cada amanecer, quiere cerciorarse de que
el mundo no ha desaparecido. Cada mañana vuelve a
hacer un inventario de “los cerros grandes, “como si
temiera que la noche se hubiera tragado a algunos.
(Crespo de Salvador, 1981/2003, p. 8). Los sustantivos
propios para nombrar las montañas van acompaños
de atributos y de imágenes visuales, así como de
referencias al pasado, pues algunos de esos nombres
vienen de los ancestros.
Empezaba allá, rincón del lado de su mano
izquierda, con ese cerro puntiagudo que su
taita nombraba Cotacachi; seguían las cumbres
del Mojanda; después, el Cayambe, nido de
Velasco, C. Rev. Educ. Art. y Com. Vol. 13 Nro. 2, Julio- Diciembre 2024: 58-68
 Según la página Web Dioses y personajes míticos, Mama Cocha es el nombre para la Madre del mar, en la cultura inca, y es objeto de
culto. (Pueblos originarios. Dioses y personajes míticos, s.f.)
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donde se levanta el sol en los amaneceres;
el Allcuquiru, con las puntas de sus dientes
negros y alados; el Antisana, como un pájaro
grande que se hubiera echado a dormir con
las blancas alas abierta; el Cotopaxi, dormido
bajo su poncho de nieve; el Pasuchoa, el
Rumiñahui, los Illinizas, el Atacazo, el
Corazón y la Viudita, tímida y solitaria, ya
al extremo de su mano derecha (Crespo de
Salvador, 1981/2003, p. 9).
El vínculo con los ancestros se reeja cuando,
en el momento del incendio, el narrador omnisciente
expresa lo siguiente: “Anocheció en la mitad del día
(Crespo de Salvador, 1981/2003, p. 11) que es el eco
del título de una leyenda del pueblo Saraguro en
alusión a la Conquista española.
En medio de esta inmensidad, el pequeño
Mateo hace uso eventual de su pallca y arroja piedras
si siente la presencia amenazante del lobo; vive en
contacto con la naturaleza -ores, plantas, animales,
insectos, aves- y cuida de sus ovejas. El incendio que
ataca al volcán Pichincha, donde él pastorea rompe
la armonía natural imperante, y tras este hecho, se
produce la primera irrupción de un cóndor, que,
dotado de memoria, es capaz de recordar al niño, a
quien había tratado de arrebatar algún animalito en
el pasado. “Pero el guambra siempre había logrado
escabullirse lanzándole piedras terribles con su
pallca, o espantándole con sus silbidos. Ahora estaba
ahí, caído, como muerto. […] Y el fuego ya mismo
llegaba a él… Y el niño estaba indefenso” (Crespo
de Salvador, 1981/2003, p. 14).
Tal vez, para reejar la relación compleja
pero estrecha entre animales y seres humanos,
propia de un mundo cercano a lo mitológico, una
de las acciones más extraordinarias que se narra
en estas páginas es la del cóndor que “sin pensar lo
que hacía” (p. 14) agarra de la bufanda roja al niño,
que aún carga su corderito, y asciende por los cielos,
disfrutando de lo que sería una doble presa. “Y se
alejó con ellos en el aire más allá del humo, más allá
del fuego, en la transparencia de la tarde.” (Crespo de
Salvador, 1981/2003, pp. 14-15).
Así como se oponía el mundo alto del
páramo al bajo de la ciudad, así mismo, se presenta
la perfección del vuelo de las aves versus el articio
tecnológico de los aviones que semejaban “inútiles
pájaros […] como si estuvieran muertos, impotentes
mientras los hombres no se despertaran y les obligaran
a volar, ensuciando el aire con sus chorros de vapor y
sus rugidos.” (Crespo de Salvador, 1981/2003, p. 16).
Este inciso concluye con una descripción que alude a
elementos de la Vía Láctea, como las constelaciones y
las estrellas, o sea, a lo más elevado del universo.
El último lugar en el que el lector deja a Mateo
junto con su corderito es el nido del “Cóndor Rumi,
situado en una de las chimeneas del cráter del “Guagua
Pichincha, y es allí donde el pequeño se siente a salvo.
En este mundo subterráneo, la voz narrativa describe
espacios llenos de belleza. Hay ahí mucha yerba para
el cordero, y hasta agua para beber, así como perdices
y conejos. Un mundo natural en el que él “podría ser
feliz, que fue descrito así:
Las chuquiraguas lucían grandes y bellas sus
ores anaranjadas, los huicundos se agarraban
de las grietas, de donde colgaban largas las
barbas grises y las zagalitas; mil mariposas
revoloteaban y los quindes de la altura habían
hecho sus nidos en un bello pumamaqui
que crecía soberbio. (Crespo de Salvador,
1981/2003, p. 21)
Para cerrar las dos historias, la del pastor y
la de los cóndores, en las páginas nales el narrador
describe que “Cóndor Rumi, que se llevó por los aires
a Mateo y su corderito, al no encontrar en el nido a los
huéspedes que le servirían de banquete, da con una
pequeña hendedura, “que se decidió losócamente a
repararla” (Crespo de Salvador, 1981/2003, p. 22).
 Según el Diccionario de Americanismos, en Ecuador, catapulta.
 Para la traducción de palabras quichuas como inti, niña, huayra y, aquí, rumi (piedra), he seguido el Diccionario de Luis Cordero
(1892/1967).
 Descripciones de índole similar del paisaje de altura aparecen en Ana de los Ríos, algunas de cuyas acciones transcurren en la zona
del Parque del Cajas, en las inmediaciones de la ciudad de Cuenca.
82
Desde su columpio de viento otearía la presa
en los valles cercanos. Y gozaría una vez
más en la contemplación de su montaña: el
Pichincha. A vuelo de cóndor mediría sus
dominios: él era el dueño absoluto de todo
aquel imperio de bosque, piedra y cumbres
(Crespo de Salvador, 1981/2003, p. 22).
La voz narrativa contrasta asiduamente este
niño con “los grandes, o sea, los adultos que van a
trabajar a Quito, en cuyo grupo no se particulariza a
los padres del pequeño. El personaje infantil encarna
una situación frecuente en la Sierra ecuatoriana:
niños ejerciendo ocios, pero lejos de la denuncia
social, los lectores están frente a un pequeño héroe.
El pastorcito parece el padre del tierno cordero, al
que, como haría una madre, abriga y no desampara.
Ese mismo pastorcito termina viviendo en lo más
profundo de los volcanes. En términos metafóricos,
es el útero mismo de la tierra; sin embargo, se abre la
posibilidad de que, desde allí, protagonice viajes. La
referencia nal a la caracola alude a un instrumento
musical precolombino.
Katya Mercedes Grados Fabara y Mayra
Alexandra Molina Lozada (2020) sobre el cuento
Mateo Simbaña, plantean, entre otras cuestiones,
que esta obra permite tanto el gozo estético como el
aanzamiento de una identidad mestiza a partir de la
apropiación de símbolos indígenas:
De manera que la representación de las
comunidades indígenas, su acervo lingüístico
y su cosmovisión ancestral constituyen
elementos claves de este cuento, lo que apunta
a la consolidación de la identidad cultural
en los niños y niñas al reconocerse en el
relato y reconocer a los otros en el marco de
la convivencia y la pertenencia. Asimismo,
se considera que la literatura infantil puede
ser una ventana a los valores universales de
lo humano, como el amor, la solidaridad, el
respeto a la diversidad y la conservación de
la naturaleza, elementos que contribuirán al
enriquecimiento espiritual de los niños. La
espiritualidad como práctica cultural fomenta
la alegría de la existencia (Grados Fabara y
Molina Lozada, 2021).
En la cultura indígena andina, volcanes y
cóndores cumplen un rol. En “El cóndor enamorado,
se cuenta el nacimiento de un cóndor que iría a cumplir
el papel de mensajero entre los cielos y la tierra. Una
de sus misiones sería informar a las personas sobre
épocas propicias de siembra y de cosecha. Se reere su
sensación de soledad que le lleva a intentar buscar una
pareja; de su enamoramiento de una joven pastora a
la que engaña tomando el aspecto de un hombre, y
quien comienza a transformarse en cóndor hembra.
Al nal, tras ser rescatada por su familia humana, ella
preere volver con su amado cóndor, ya transformada
en hembra cóndor -las plumas han brotado entre
besos, abrazos y picoteos-. Los padres aceptan esta
solución, aunque tristes. Pachamama y Pachakamak
están contentos con la nueva pareja, pues garantizaría
los diálogos entre los dioses y los pueblos (Toaquiza y
Rudnick, 2002).
Ana, mecida en brazos líquidos
Líneas arriba me refería al artículo que dediqué
exclusivamente a la obra Ana de los Ríos.
Ana es una muchachita de doce años, huérfana
de madre, que vive con su padre en la región del Cajas.
Para que reciba educación y entre en contacto con
una inuencia femenina benéca, su padre la encarga
a una comadre que vive en la ciudad de Cuenca, urbe
que le permitirá a la jovencita instruirse en una escuela
religiosa, aprender el catecismo y las letras. De su casi
madrastra -pues la comadre pronto empieza una relación
amorosa con el padre de Ana- esta recibirá modelos de
feminidad; esta adulta joven será quien le abra las puertas
de la ciudad, sus tradiciones, los desles religiosos y las
estas de Corpus, durante las cuales el par de mujeres
expenden el pan que elabora. Tras una rápida visita al
campo, de vuelta en Cuenca, uno de los ríos crecidos de
la ciudad arrasa con todo. Al ver la chica que su amigo
Toño y el perrito van a ahogarse, se lanza a salvarlos, lo
que consigue, pero ella es arrastrada por la corriente.
Velasco, C. Rev. Educ. Art. y Com. Vol. 13 Nro. 2, Julio- Diciembre 2024: 58-68
 Es el título de la obra “Una leyenda kichwa, publicada en edición trilingüe castellano-quichua-inglés, ilustrada. Su autor e ilustrador,
un artista de Tigua, consta como responsable de la recopilación, interpretación e ilustración.
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Ella no se resistió: tenía una sensación cálida
y dulce. ¡Sería Amor? Y se sentía mecida en
unos brazos líquidos. No quería luchar. Se
entregaba y se iba, se iba. También se iban
con ella el delantal de la Escuela, los pañuelos
con la “A” de Ana, o de Ala, y de las ores que
había recogido para el altar de su madrina.
Era Ana del Río, Ana de los Ríos… y podría
llegar a ser Ana del Mar, de las Perlas y los
Corales… Y también Ana del Cielo, de las Siete
Cabrillas y de la Cruz del Sur. (De Salvador
Crespo, 1986, p. 50).
Desde luego, hay varios sentidos que alberga
una obra literaria de calidad. Este texto puede ser
visto como una narración circular alegórica y trágica
del crecimiento de una muchacha, que implica el
sacrico del sujeto infantil en aras de su padre (que va
a recuperar una esposa) y la naturaleza (el padre ya no
se dedicará a talar árboles, sino a la alfarería); como
la historia de la relación entre el campo y la ciudad;
como el relato de la apropiación de los símbolos de
una ciudad.
Ana tiene un diálogo uido con los ríos, las
lagunas, las cascadas. “Ella miraba mucho el agua;
por el camino luminoso de los reejos se hundía en
las profundidades, imaginaba cosas, mundos.” (De
Salvador Crespo, 1986, p. 9). Como se siente muy
afectada porque su padre tala árboles, le pide que deje
de hacerlo. El padre, al consolarla, deja la herramienta
a un lado, pero cuando la busca, no la encuentra,
no se imaginó que descansaba fresca en el fondo
del riachuelo, y no pudo cortar más árboles ese día.
El agua había ayudado a Ana” (De Salvador Crespo,
1986, p. 11).
Desde las páginas iniciales de este cuento, se
habla de la humedad que hace posible la existencia de
la vegetación y la vida animal. La acequias, riachuelos,
arroyos y lagunas de la parte alta del páramo son
lugares de recorrido para Ana, quien reconoce la
diferencia entre “un arroyito limpísimo y cantarín,
heladito y juguetón, y aquello en lo que se convierte
en la ciudad: “el río Tomebamba: un río bravío,
torrentoso, que a veces le daba miedo.” (De Salvador
Crespo, 1986, p. 9). Contemplarán los lectores cómo
esa transformación opera, y que hay una intención de
algún modo profética en el rol que juega el río en el
destino de la protagonista, que terminará entregándose
en un acto de ribetes trágicos y sublimes. El suyo es
casi un acto de sacricio e inmolación.
La roca que yacía en medio de las aguas desde
el comienzo de la historia, que ha funcionado para
la niña como una especie de ancla y de nido, al nal,
no es suciente para sostenerla. Hay una piedra al
comienzo y su grande ausencia al nal. Existe un río
en las primeras páginas y un río en el desenlace. Ha
dicho Simón Espinosa Cordero sobre este cuento:
Ana de los ríos” es simultáneamente un
cuento para niños, una evocación nostálgica
de algo que se está yendo sin cesar un punto,
un cuaderno didáctico y un hermoso y trágico
libro sobre la ineluctabilidad del destino… La
unidad narrativa, redonda y bien trabada,
está en su circularidad, empieza en el río y
concluye en el río.
Formación literaria, temas y arquetipos
La estudiosa Michéle Petit (2001) analiza si
el fenómeno de la lectura puede implicar un efecto
de identicación o uno de aislamiento, y concluye
que se llevan a cabo los dos mecanismos, pues la
introspección que conlleva la lectura literaria permite
la domesticación de los miedos, pero supone también
explorar un universo imaginario que aparta al lector
de su mundo práctico. Los paisajes que recorren
Ana, Mateo o Pepe en los cuentos de Teresa Crespo
son distintos a los reales, aunque haya una dosis de
representación de la realidad.
lo que es universal es que el lector joven elabora
otro lugar, un espacio donde no depende de
otros, un espacio que le permite delimitarse
[…], dibujar sus contornos, percibirse como
separado, distinto de lo que lo rodea, capaz de
un pensamiento independiente. Y eso le hace
pensar que es posible abrirse camino y andar
con su propio paso.
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Esa lectura es transgresora: en ella el lector
les da la espalda a los suyos, se fuga, salta
una tapia: la tapia de la casa, del pueblo, del
barrio. Es desterritorializante, abre hacia
otros espacios de pertenencia, es un gesto
de apartamiento, de salida (Petit, 2001, p.
44).
De modo creciente, la lectura literaria
se rearma como una manera de contribuir a la
formación cognoscitiva, psicológica y emocional de
los individuos. He aquí unas reexiones de Teresa
Colomer (1996), que perfectamente son aplicables al
caso de los cuentos que nos ocupan, puesto que los
personajes y ambientes recreados en ellos, mediados
por un lenguaje mestizo, son el trasunto de un
pensamiento cultural. Los pequeños protagonistas
de los cuentos aquí analizados son parte de una
comunidad social y cultural.
Nuestro siglo ha otorgado una atención
creciente al protagonismo del lenguaje como
creación e interpretación de la realidad, y esa
atención incluye, cada vez más, la mediación
ejercida por la literatura en el acceso de los
individuos a la interpretación del pensamiento
cultural. La literatura es vista así, no
simplemente como un conjunto de textos, sino
como un componente del sistema humano de
relaciones sociales que se institucionaliza a
través de diversas instancias (la enseñanza,
la edición, la crítica, etc.). La realización a
través de instancias supone un mecanismo de
creación de imaginarios propia de los seres
humanos, no en tanto que seres individuales,
sino como seres sociales, de manera que la
literatura constituye un instrumento esencial
en la construcción del espacio más amplio que
denominamos cultura (Colomer, 1996, p. 129)
En cuanto al tema de la muerte, me referiré
a este en dos aspectos: como motivo más o menos
frecuente en la literatura infantil, y en su dimensión
antropológica y educativa. Bajo el primer ámbito,
seguiré algunos planteamientos del estudioso Fanuel
Hanán Díaz en sus Temas de literatura infantil (2015).
Postula que ya desde los cuentos de hadas, sobre todo
en sus versiones menos edulcoradas, la muerte y el
asesinato no están ausentes. Podía ser vista como
la recuperación del orden fracturado, con el deceso
temporal del héroe o como forma de justicia, con la
desaparición del malvado. Se reconoce también que
con respecto al “deseo de experimentar la propia
muerte, encontramos la asimilación con el sueño,
reinterpretado como un deseo de pasividad, que
repliega al individuo a su interioridad.” (Hanán Díaz,
2015, p. 72):
El estudioso se refiere a la “muerte
lacrimosa, asociada con los sentimientos
de pena y dolor, en medio de una carga
emocional muy fuerte, que hace al lector
experimentar empatía. Hay obras en las que
se producen “muertes necesarias, es decir
entre combatientes, piratas, soldados; hay
también las “secundarias, de personajes
que no son protagónicos, y, finalmente, las
muertes importantes, de los personajes
importantes con quienes se han establecido
relaciones de identificación. Normalmente
acontecen a niños marcados por
desventuras y tienen un contenido trágico.
Estas defunciones se presentan con mayor
frecuencia en cierto estilo de obras. (Hanán
Díaz 2015, p. 75)
Y precisa, más adelante:
Estas historias, muy populares en la
literatura nisecular, estaban muy apegadas
a las corrientes del realismo y el naturalismo.
Niños desposeídos, huérfanos, de clase
marginal, deambulaba por las calles famélicos
y mal tratados. Casi siempre terminaban sus
días sin ver la felicidad (Hanán Díaz 2015,
75).
Muerte lacrimosa y de personajes
importantes se producen en el caso de Ana y de
Mateo si entendemos como personajes importantes
a los protagonistas principales de los cuentos, niños
de condición modesta, pero no del todo desposeídos.
Y si es verdad que el lector sienta empatía y acaso
llore frente a estas pérdidas, los caídos no pierden
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una cierta condición heroica. Como se vio páginas
atrás, el caso de Pepe Golondrina es incluso más
sublime, pues estamos frente a una forma de suicidio
artístico.
En cuanto a la dimensión antropológica y
educativa del tópico de nitud, Hanán Díaz postula
que “leer sobre la muerte es vivirla por anticipado,
es crecer un poco más internamente para estar
preparados para su venida.” (Hanán Díaz, 2015, p.
84). Se puede llegar más lejos, como lo plantean con
brillantez Agustín de la Herrán Gascón y Mar Cortina
Selva (2007) en un artículo titulado “Introducción a
una pedagogía de la muerte, en el que, tras analizar
los temas tabú en la educación, el sexo y, sobre
todo, la muerte, postulan ideas para desarrollar una
pedagogía de esta última.
La escuela no puede ya esconder la cabeza
a mirar para otro lado más tiempo ante
este, uno de los últimos tabúes, también
interpretable como plenitud trascendente.
La conciencia de la muerte es clave para una
orientación de la vida. Es la base para vivir
mejor y con mayor plenitud, otorgando la
importancia debida a las cosas que la tienen,
y existir con todo el sentido que proporciona
una responsabilidad más consciente. Es
hora ya, y las condiciones de tolerancia y
de capacidad de reexión educativa así nos
lo permiten, de que se normalice el estudio
y la meditación sosegada de esta asignatura
pendiente (p.135).
Como he sostenido en varias secciones de este
artículo, los personajes infantiles de los tres cuentos
analizados protagonizan un trayecto que los conduce
desde la actividad al descanso. Terminan en una
postura yacente, acurrucados en lo más profundo del
cráter de una montaña, como Mateo Simbaña -aunque
podrá viajar desde allí por el magma-, o yacentes en
el lecho de un río seco, o en un salto que en la ilusión
es hacia arriba, pero que en términos realistas implica
una caída mortal. Los tres protagonistas infantiles,
héroes y heroína, pues han vencido obstáculos y
crecido, ayudado a los más débiles -sobre todo Mateo
y Ana-, son al mismo tiempo víctimas de un contexto
externo adverso, que tiene que ver con la crecida del
río y con un incendio. Como analizaba en la sección
pertinente, la chica muere mientras su padre se ha
encontrado con su nueva pareja. Mateo Simbaña
desfallece protegiendo a su borreguito, y enfrenta
solo el incendio, sin la protección de los adultos.
Este último cuento nos recuerda los sacricios que
en varias religiones se ofrecían a los dioses para
mantener la unidad con lo divino. Por su parte, Pepe
Golondrina parece no encajar con su destino de
niño pobre lustrabotas y es más un artista del vacío
o el absoluto. En el artículo “El héroe, literatura y
psicología analítica, Rodríguez Zamora (2012) ofrece
unas líneas sobre la relación entre el arquetipo del
héroe y el de la víctima:
También, el mito del héroe tiene su propia
sombra. Es la víctima. El arquetipo de la víctima
no es sino el resultado del héroe fracasado, o
aún, del sujeto herido o sacricado por el héroe
en el terreno de la cruel derrota. También es
sombra el culto al héroe, porque quien ofrece
el culto no es otro que la víctima sumisa a los
pies del héroe. El héroe, engreído y ambicioso,
traiciona los grandes ideales y se convierte él
mismo en víctima de la infatuación. (p. 67)
CONCLUSIONESCONCLUSIONES
En el presente artículo me he referido en
términos panorámicos a la obra literaria de Teresa
Crespo, y me he detenido de modo particular en tres
de sus textos narrativos titulados “Pepe Golondrina,
Mateo Simbaña” y “Ana de los Ríos. He recogido
algunos de sus datos biográcos y aludido a otras
obras de su producción; asimismo, he situado estos
títulos en su momento histórico (1969, 1981 y 1986)
y he referido preocupaciones de la LIJ vigentes en
el ámbito ecuatoriano y en el latinoamericano: el
imaginario de la nación, por un lado, así como la
sublimación del dolor a través de relatos con visos
patéticos y realistas.
Respecto de los tres textos narrativos elegidos,
he destacado lo que, desde el punto de vista temático,
de estructura, estilo y valor literario resulta más
plausible.
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Se ha podido advertir que los tres cuentos
tienen como protagonistas a personajes infantiles
sobre los ocho años de edad cuyas vidas tienen un
desenlace fatal, que no es asumido con una perspectiva
trágica, sino de cierta calma cuando no de optimismo.
La muerte es enfrentada por estos protagonistas
infantiles menos como un nal que como un retorno
(a las aguas, al cosmos, al fondo de las montañas, al
innito). Los tres personajes pertenecen a familias de
naturaleza incompletas y de origen humilde. Ana es
huérfana de madre; sabemos casi nada de los padres
de Mateo, y se nombra solamente a la madre de Pepe.
En el caso de Pepe, el escenario parece más bien
urbano. Ana es una niña campesina mestiza, mientras
que Mateo se ve claramente como un niño indígena,
cuya familia suele ir a trabajar a la ciudad. Estos dos
nombrados, Ana y Mateo, de modo muy especial,
viven con intensidad el contacto con la naturaleza y
el mundo silvestre de plantas y animales. Mateo, no lo
olvidemos, es pastor de sus ovejas.
En términos de la lengua, los lectores están
frente a obras escritas en un castellano propio de
América Latina, en el que la carga de lo coloquial está
presente, y, especialmente, la de la lengua quichua.
En términos literarios, las tres obras, pero sobre todo
Mateo Simbaña” y “Ana de los Ríos” están habitadas
por la poesía y crean un mundo lleno de signicación
y riqueza simbólica. “Pepe Golondrina, por su parte,
sugiere un suicido poético.
Las tres obras muestran que la lectura literaria
enriquece el camino de formación de los individuos,
y que la temática de la muerte, así como goza de larga
vida en la tradición de la literatura infantil, merece
ser tratada desde una perspectiva antropológica y
pedagógica
Finalmente, la lectura de estas obras, clásicas
ya de la literatura infantil y juvenil ecuatoriana,
muestra que los tres protagonistas pueden encarnar
una identidad doble: la del héroe y la víctima.
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