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de haber cruzado la puerta, le encontraron
que repetía su hazaña como si volara. (Crespo
Toral, 1969/1986, p. 44).
El personaje y las situaciones que vive
son caracterizadas a través de símiles, metáforas,
imágenes y personicaciones, como que los ojos
se le comían la cara -por expresar que eran muy
grandes-, o que ve más allá de las narices -o sea que
es inteligente y agudo-, los materiales de lustrar
zapatos se asimilan con un arsenal o son oro en
polvo, y los trapos, banderas aguardando un día de
esta; él salta como si volara y se convirtiera en una
echa, el puente se compara con un arcoíris, el cajón
de zapatos puede sentir los latidos de su corazón.
Para él, “barandas, escaleras, árboles y tapiales
eran simples trampolines para llegar casi hasta las
estrellas.” (Crespo Toral, 1986, p. 44).
El muchacho es hijo de una lavandera que,
con esfuerzo, le ha regalado un cajón para lustrar
zapatos, que él se niega a usar porque no quiere
ensuciarlos -o sea, usar los materiales-, lo que le trae
contrariedades a su madre, expresadas en “uno que
otro coscorrón, con suave energía ” (Crespo Toral,
1986, p. 43). El personaje se ve casi atacado por una
obsesión: tanto en el día como en la noche, salta o
sueña con hacerlo. Ver el mundo desde las alturas
tendría que ver con su negativa al trabajo: parece
que se trata de una mente idealista que huye de la
realidad en pos de la belleza. “Saltaba, y desde arriba
podía ver las cúpulas de las iglesias, verdes como
limones partidos. Las gentes se le hacían diminutos
duendecillos; los ríos, como hebras de seda; los
árboles, como motas de terciopelo.” (Crespo Toral,
1986, p. 44). Un día, al estar buscando otros lugares
para saltar, descubre un puente sobre un río seco, y
siente algo extraño:
Calculó, midió, comparó, y cuando ya
se decidía a dar el salto, un dolorcillo
angustioso en el estómago, como si alguna
víscera se le hubiera quedado agarrada
a las moras que tenía a sus espaldas, le
hizo detenerse anhelante. ¡Mas no se
decidió! No se decidió ese día, ni al otro
ni en muchos días más. ¡Aquel salto llegó a
obsesionarle, y tanto y más aun tanto que,
desde que no pudo decidirse, tampoco
en sueños alcanzaba nada! (Crespo Toral,
1986, p. 44).
¿Es ese dolorcillo angustioso el presentimiento
de que está frente al abismo de la muerte? Desde
ese descubrimiento, siente más desazón, pero sigue
calculando algo que no se sabe y está obsesionado
con el río, y tanto, que sus amigos lo creen embrujado;
un día, vuelve a poner un pie sobre el puente que “se
estremece, como acelanturado” [Sic] (Crespo Toral,
1986, p. 45) , y Pepe Golondrina se retira sobresaltado.
Al día siguiente, toma la decisión de ir a ese lugar,
solo, sin amigos, con el cajón apretado entre sus
brazos. La voz narrativa habla de que hay un proceder
heroico cuando el muchachito, tras limpiar su cajón
de lustrabotas se dirige al puente.
Llegó al puente, se santiguó tres veces y
comenzó a caminar lentamente sobre él.
Hubo crujidos, temblor, quejas de las maderas
podridas y, de repente, cuando el muchacho
ya no podía volverse atrás, ¡todo se vino abajo!
Fue un cataclismo…
Y Golondrina voló, voló de nuevo como en sus
mejores sueños. (Crespo Toral, 1986, p. 45)
Las líneas nales describen que el personaje
“voló sin sentir ya el cuerpo” (Crespo Toral, 1986,
p. 45) , lo que trae consigo ciertas transformaciones
o la ilusión de la transformación, como el puente
convertido en arcoíris, y el salto no hacia abajo, sino
hacia el rmamento. Vuelve a su sitio la arena del río
tras haber recibido el cuerpo. Como rastro del vuelo
solo resta “el azul cajón de lustrabotas, pintando con
todos los colores del iris el lecho del río.” (Crespo
Toral, 1986, p. 45)
En 1960, el artista Yves Klein (Francia,
1928-1962) propuso una obra de arte titulada “El
Velasco, C. Rev. Educ. Art. y Com. Vol. 13 Nro. 2, Julio- Diciembre 2024: 58-68
En el capítulo en que Ítalo Calvino elogia a la levedad sobre la pesadez, en su libro titulado Seis propuestas para el nuevo milenio,
el autor recoge una del Decamerón, en la que se narra cómo el poeta Guido Cavalcanti, quien solía pasar sus días meditando entre
los sepulcros, es acosado por un grupo a caballo, que le increpa acerca de lo qué hará cuando descubra que Dios no existe. “Guido,
viéndose rodeado por ellos, prestamente dijo: -Señores. en vuestra casa podéis decirme cuanto os plazca. Y, poniendo la mano en
uno de los sarcófagos, que eran grandes, como agilísimo que era dio un sallo y cayó del otro lado y, librándose de ellos, se marchó.”
(Decamerón de Giovanni Boccaccio, s. XIV, como se citó en Calvino, 1985).